viernes, 26 de junio de 2009

El castillo encantado


Aurora vivía sola, sola en su castillo encantado lleno de pequeños tesoros, no le gustaba mucho salir, podía sentir la mirada de la gente en su nuca cada vez que se volvía, los mismos que le saludaban cuando estaban de cara, murmuraban a sus espaldas, algunos incluso agachaban la cabeza a su paso o cambiaban de camino para luego hablar de ella a sus espaldas. Todos sabían que ella vivía sola, todos envidiaban todo lo que poseía, y ella lo sabía muy bien. Pero no le importaba, ella se sentía fuerte y por encima de todas aquellas habladurías, nunca le preocupó lo que dijeran de ella, aunque si es cierto que en ocasiones se preocupaba por su seguridad, eran muchas las noches que había pasado en vela pensando que en cualquier momento alguien entraría en su hogar para intentar robar parte de todas aquellas posesiones que tantos años y tanto trabajo le había costado conseguir. Pero era incapaz de reconocer algo, que su avaricia y su ansia de acumular mas y mas riqueza le impedía pedir ayuda ya que era incapaz de fiarse de la gente, incapaz de confiar en nadie, por eso vivía sola sin mas compañía que su vieja perra, Mirta, que la acompañaba a todas partes.

Años de soledad, años de trabajo, años y mas años de acumular riquezas habían ido mermando a Aurora poco a poco, su salud se resentía por tantas noches en vela, por tanto trabajo sin ayuda, por tanto cansancio acumulado. Su saludo mental sufría aún mas, su desconfianza en el resto de la gente se había vuelto tan grave que podía pasar semanas enteras sin hablar con alguien hasta que no fuera extrictamente necesario, eso le llevó a un aislamiento que no hacía sino agravar aún mas su situación de abandono personal. Una mujer que vivía rodeada de riquezas y que apenas se arreglaba, no cuidaba su aspecto personal ni su salud. Para ella lo mas importante era su patrimonio personal, su tesoro, que se amontonaba por su casa, habitaciones enteras de joyas brillantes, de libros antiguos, etc.

Aquella tarde, alguien llamó a su puerta de manera violenta, gritando palabras horribles contra ella. Vieja bruja, desgraciada...

Fué tal su pánico que tras asegurar la puerta empujando un mueble tras ella, corrió a refugiarse en la habitación mas segura de la casa, un viejo desván donde acumulaba utensilios de limpieza y que no tenía ventanas, solo la puerta de entrada. Antes de entrar recogió rapidamente algunos de sus tesoros mas queridos, varios anillos de diamantes, varias ediciones de antiguos libros únicos en el mundo y su favorito, aquel antiguo cáliz de oro que había encontrado en uno de sus largos viajes por oriente. Una vez hubo reunido sus tesoros mas queridos, se encerró en aquel viejo desván y bloqueó la puerta desde dentro lo mejor que pudo, no dejaría que la robaran sin defenderse. Mientras esperaba allí escondida que alguien acudiera a su ayuda o que el ladrón desistiera y se fuera, rodeada de sus tesoros, blandía en su mano con fuerza un cuchillo de cocina, el único arma que había podido encontrar en su casa.

Fuera, los gritos y golpes continuaban contra la puerta. Muchas veces la habían insultado y no era la primera vez que intentaban entrar en su casa a la fuerza, la última vez, hacía varias semanas ya, casi lo consiguieron, pero ella era fuerte y supo defenderse.

Pero esta vez era distinto, esta vez se sentía agotada, no se sentía con fuerzas para luchar, por eso decidió encerrarse, incluso con el riesgo que conllevaba dejar parte de su tesoro al descubierto. Fué tanta al tensión que sintió aquel día, que acabó dormida cuchillo en mano, del agotamiento mental que le produjo aquella situación tan terrible. Mientras dormía, soñaba con su tesoro, con el día en que podría disfrutarlo a la vista de todos, sin miedo a que alguien intentara robarle, dominado por la envidia. Se veía cabalgando, en su sueño, rodeada de gente que la admiraba sonriente y la saludaba mientras ella, sobre su caballo blanco cabalgaba al trote, para que Mirta pudiera seguirla, mientras su corona dorada brillaba al sol, al igual que sus anillos de plata. En su mano izquierda, el cáliz dorado, lleno de brillo y de magia. La gente le suplicaba que les dejara acercarse al cáliz, tocarlo mientras pedían un deseo, deseo que normalmente era parecerse a ella.

Desafortunadamente, Aurora nunca llegó a vivir ese momento, ya que no volvió a despertar de su sueño. Días después la puerta de su castillo fué derribada, su tesoro robado y su cuerpo profanado. Fueron varios días los que tardaron los servicios de limpieza municipales en retirar las toneladas de basura del pequeño apartamento de Aurora después de que policía y bomberos tiraran la puerta tras el aviso de los vecinos de que aquella loca que vivía en el bajo llevaba varias semanas sin dar señales de vida. Entre ratas y basura, su cuerpo fué encontrado entre baratijas, viejas revistas y un viejo trofeo deportivo con una inscripción que acreditaba a su poseedor como campeón provincial de salto de altura en categoría alevín.

Apenas respiraba cuando la subieron a la camilla y su pulso era tan débil que la dieron por muerta debido a su terrible estado, era dificil tomarle el pulso con guantes y mascarilla, imprescimdibles por otro lado entre tanta basura. Mientras la alzaban en la camilla entre cucarachas y desperdicios, Aurora sintió como su caballo blanco relinchaba y levantó su cáliz hacia el sol dando gracias a Dios por aquella vida de riqueza que le había dado.

¡Cabalga Aurora, cabalga! Mirando hacia atrás para asegurarse que su fiel Mirta la seguía aceleró el paso hacia la luz, esbozó una gran sonrisa y simplemente se dejó llevar.