
Estaba sentado en una fría y ruidosa sala de espera, nervioso, con la cabeza llena de grillos; grillos que no dejaban de soltar chirridos en formas de palabras que rebotaban contra las paredes de mi cabeza volviéndose más y más molestos.
Cruzaba incómodas miradas con desconocidos que me clavaban sus ojos haciéndome sentir más y más incómodo, más y más diferente, más y más raro.
Necesitaba salir de allí, huir de ellos, pero parecía que no querían dejarme salir, estaban por todas partes, tapando la puerta, los pasillos, llevándose mi aire, invadiendo mi espacio. Me levanté y corrí hacia la puerta, empujando a un ser disfrazado de vieja inocente que se sentaba a mi lado.
Conseguí salir al pasillo y de repente me encontré solo, completa y escalofriantemente solo en un largo y blanco pasillo que parecía hacerse más y más profundo intentando alejar la salida, intentando encerrarme en aquel lugar, se movía tan rápido que pronto me di cuenta que no podría escapar, aquella puerta se iba cada vez más lejos, cada vez más deprisa. Pero no iba a volver con ellos, no me iba a rendir tan facilmente; eché a correr lo más rápido que pude, gritando con todas mis fuerzas intentando perseguir un imposible.
De repente vi algo al final del pasillo, pero no era una puerta sino una pared, una pared tan blanca como el resto del pasillo, pero con una diferencia al resto de paredes, en esta había un tubo estrecho que sobresalía y que estaba afilado en la punta, como una lanza.
No me iba a asustar, grité y corrí con más fuerza y, mientras me rasgaba la camisa aquel tubo empezó a clavarse en mi pecho, atravesando mi caja torácica y destrozando mi corazón para salir por mi espalda.
Sigo luchando, sigo empujando, clavándome aquella lanza de acero cada vez más, sintiéndome más y más vivo a cada paso.
Tengo la pared tan cerca...