sábado, 26 de diciembre de 2009

Oleaje


Asco, rabia e ilusión
se entremezclan con el viento,
historias de oscura pasión
en un mar de amor desierto.
Mar revuelto por las olas
que me arrastran sin razón
a pasar más y más horas
buscando tu corazón.
Mar rudo y bravo,
mar lleno de tormentas,
mar que me ha acorralado,
marea que al mar me adentra.
Mar puro,
mar frío y salvaje,
mar de fondo oscuro,
mar de fuerte oleaje.
Mar de oscuros abismos,
mar de fuertes corrientes,
mar que curte a sus hijos
haciéndoles aún más fuertes.
Hoy abandono tus aguas
gritando en contra del viento
que siempre te diré gracias
por dejarme seguir viviendo.
Hoy vuelvo tierra firme
sin olvidar lo que he sido,
sin olvidar que me diste,
estándote agradecido.
Cambio cantos de sirenas
y tu desierto oleaje
por tierras quietas y calmas
donde iniciar otro viaje.
Será un viaje agotador
con una sola salida,
regresar a su calor
y curar al fin mi herida.











miércoles, 16 de diciembre de 2009

Contra el río


Sus padres trabajaban en una pequeña granja en las afueras, junto al río. Allí nació a él, junto al río; ese río marcaría su vida para siempre. Solía ir allí con su padre a pescar desde muy pequeño, a la zona más próxima a la casa, donde el río no tenía mucha profundidad pero si que bajaba con mucha fuerza, por lo que siempre tuvo prohibido acercarse al río en solitario, aún así, lo hizo. Aquella aventura estuvo a punto de costarle la vida cuando apenas tenía 4 años; sus padres trabajaban en la granja cuando él se aventuró en el río, intentando nadar a contracorriente, como las truchas que pescaba junto a su padre, aquellas que le maravillaban con su fuerza al nadar río arriba desafiando su fuerza, solo que él no lo consiguió, la fuerza del río le arrastró y, por suerte, tras chocar con una piedra, le arrastró inconsciente hacia la orilla. Lo peor no fue el susto, ni el golpe, ni siquiera los dos días de hospital. Lo peor fue la bronca (cinturón en mano) que le echó su padre al volver a casa. Nunca lo entendió, si precisamente su padre era quién le había descubierto el reto. Aún así, no se rindió, en su cabeza quedó marcado aquel momento y se propuso luchar contra aquel río hasta derrotarlo. Durante muchos años nadó en aguas más tranquilas para ejercitar su musculatura y mejorar su habilidad en el agua, poco a poco se fue marcando metas mayores y a los 9 años ya nadaba en las mismas aguas que a punto estuvieron de quitarle la vida, eso sí, con una cuerda de seguridad atada a un árbol en la orilla y, por supuesto, siempre a escondidas de sus padres. A los 15 años, tras la muerte de su padre, no pudo esperar más. No sabía muy bien por qué, pero sentía que aquel río le desafiaba, sentía como le llamaba retándole a volver a luchar contra sus aguas. No se lo pensó dos veces, al volver a casa tras el entierro de su padre colgó el traje que su madre le había comprado para aquel día en el armario, se miró al espejo y durante unos minutos mantuvo la mirada perdida, tocó su imagen en el espejo y dijo: Tú puedes. Luego se fue al río. Se tiró al río desnudo, era un día frío, principios de primavera, incluso aún se podían ver picos nevados en algunas montañas a lo lejos, eso hacía que el río bajara helado y más bravo que de costumbre debido al deshielo, pero eso no le importó, sabía que tarde o temprano tendría que enfrentarse con él y aunque sabía que era una lucha injusta, casi imposible, no tenía miedo a plantarle cara, se sentía preparado. Nadó durante horas sin apenas avanzar, apenas podía mantener su posición en el río que le arrastraba con fuerza, afortunadamente, aunque bajaba con más agua que de costumbre, aún hacía pié en aquella zona, lo que le ayudaba a descansar apoyándose de vez en cuando en las piedras del fondo. Aún así, acabó exhausto y finalmente volvió a ser arrastrado por el río, con menos fortuna aún que la vez anterior. Otra vez estuvo a punto de perder la vida, varias fracturas en tobillo y brazo izquierdo le hicieron retorcerse de dolor tras luchar por volver a la orilla tras golpearse con las mismas rocas que le golpearon en su niñez. Esta vez consiguió salir él solo, aunque tuvo que gritar un buen rato, helado de frío, hasta que alguien le oyó y le llevó al hospital, donde pasó dos semanas hasta recuperarse y volver a caminar con dificultad. Su madre no se enfadó con él esta vez, pensó que la rabia le había cegado y le habría hecho hacer aquella locura, por lo que esta vez, al menos la vuelta a casa fue más tranquila. Eso sí, el río seguía corriendo por su cabeza, seguía llendo allí cada día y volvía a repetirse una y otra vez mientras lo miraba: Algún día volveré a por tí...

domingo, 6 de diciembre de 2009

Remendando velas



Cuando más ruge el oleaje, cuando menos fuerza tienes para remar contra la corriente, cuánto más te sopla el viento en contra acabando de destrozar tus velas, justo en ese momento en que te vuelves a plantear el tirar la toalla y dejarte llevar, es cuando la vida te recompensa por todo el esfuerzo que has hecho luchando para agarrarte a ella y te manda un soplo de esperanza. A veces, ese soplo viene en forma de viento a favor, otras veces en forma de abrazo cargado de amor, de beso pasional, de trabajo, de sonrisa, de billete...
Nunca sabemos como, pero de vez en cuando, la vida te manda un guiño cómplice y te recuerda que es bueno luchar, que no hay que rendirse; algo que te recuerda que vida no hay más que una y que no hay que desperdiciar el tiempo.