sábado, 30 de mayo de 2009

El pozo


Era el tercer aniversario de Rafa como guarda forestal y estaba encantado con su trabajo: Largas caminatas por el bosque, lejos de la civilización, cuidando de aquella bella montaña en la que se había criado y conocía tan bien, no podía imaginar nada mejor, estaba hecho para aquello. Tenía algunos problemas con algunos furtivos de la zona, pero en aquellas tierras todos se conocían y solía salir bien de las pocas situaciones en las que tuvo disputas con ellos, solían respetarle ya que era bastante querido por todos, los que venían de fuera, eran otra historia, pero muy poco común, solo una vez había estado realmente asustado, allí arriba, solo, sin teléfono (aparte de la dificultad para encontrar cobertura, Rafa no era muy amigo de las nuevas tecnologías), descubrió a dos desconocidos acechandole mientras él seguía a distancia a un tercero que portaba una escopeta, pero no le fué dificil despistarles e ir en busca de la guardia civil, a él no le gustaba meterse en líos.
Aquella mañana aparcó el Land Rover junto a su cabaña de vigilancia, preparó su mochila para una larga caminata y salió sin un rumbo fijo, no tenía nada especial que hacer, por lo que decidió subir a algún punto alto y disfrutar de un día en la montaña con un buen bocadillo y la compañía de su perro, desde arriba echaría un vistazo a posibles zonas de riesgo de incendio, ya que el aire venía cada vez mas seco aquel verano. Se echó la mochila a la espalda y empezó a caminar, tan solo dos horas mas tardes estaba perdido de cualquier rastro de civilización.
Pasó aquella primera noche en su pequeña tienda de campaña en un claro no lejos del nacimiento del río, en una zona conocida por algunos turistas de montaña, los pocos que se atrevían a aventurarse tan dentro de la montaña, muy pocos pasaban mas allá, ya que era fácil perderse en aquellos bosques si no se era un auténtico experto en aquellas tierras. Pero Rafa continuó su marcha al día siguiente, se adentró en el bosque buscando un viejo sendero que él mismo había marcado en su primer año como guarda forestal con pequeñas señales apenas visibles en las cortezas de algunos árboles y que solo él conocía, al final de aquel sendero estaría a los pies del pico mas alto de la montaña, a media tarde estaría ya subiendo la montaña.
A mitad del sendero, a la altura del viejo roble donde estaba la quinta señal escuchó un ruido extraño, un grito ahogado en mitad del bosque, como si fuera un animal atrapado en el fondo de un profundo agujero. Se dirigió hacia allí y descubrió un montón de tierra tras un árbol que parecía haber sido removida hacía poco tiempo, como si alguien hubiera enterrado algo allí en los últimos días. Se acercó al lugar y, sacando una pequeña pala de su mochila, empezó a cavar, con calma pero con determinación, hasta llegar a una especie de chapa metálica en el fondo de aquel terreno.
Separando con cuidado la arena, se descubrieron a la luz los bordes de lo que parecía ser una puerta, con un grueso alambre atado en la parte de apertura a modo de candado.
A medida que se iba acercando a aquella puerta, los gritos se hacían más y más fuertes y fueron acompañados de golpes sobre bajo la puerta desde el momento en que la tocó, como si alguien luchara por salir desde el otro lado, alguien que pedía ayuda una y otra vez, con voz ronca y desgastada, como si llevara gritando durante un largo periodo de tiempo, incluso días se podría decir.
Pero Rafa seguía impasible, sabía que perder los nervios nunca traía nada bueno, por lo que respiró hondo y siguió en su propósito de abrir la puerta. El alambre era mas resistente de lo que pensaba, por lo que no era fácil deshacer el rudimentario nudo que impedía que se abriera la puerta, por lo que tuvo que ayudarse de la pala para romperlo a golpes por cada una de sus partes. Para martillear en la pala sobre el alambre, se cubrió la cara con un pañuelo, ya que se encontraba en mitad de un agujero polvoriento levantando arena a cada golpe y todo ese polvo se acumulaba en su cara, pegándose a su sudor e impidiéndole respirar con comodidad.
Al fín, logró romper el duro metal que bloqueaba la puerta y pudo, por fín, tirar de la anilla hacia arriba. Al abrir la puerta descubrió una pequeña escalera que bajaba hasta una pequeña cavidad escavada en la tierra, justo debajo del viejo roble, bien apuntalada por fuertes vigas de madera. Dentro de aquel pequeño zulo, alguien chillaba sin parar, pidiendo ayuda a gritos y tirando piedras hacia la entrada con el fin de hacer mas ruido.
Rafa sacó su linterna y se identificó como guarda forestal, con voz calmada para intentar dar seguridad y tranquilidad al asustado morador de aquel extraño lugar, algo que fué recibido con un llanto de alegría entre lágrimas y agradecimientos. Rafa se asomó al agujero y vió a un joven de apenas 10 años tirado en una sucia colchoneta al fondo del zulo, atado a cadenas que salían desde la pared y acababan en gruesos grilletes que apretaban sus muñecas, aunque, de alguna manera, su muñeca izquierda, que estaba llena de sangre, había logrado salir liberando una mano, con la que se ayudaba para tirar piedras contra la puerta metálica de su pequeña prisión.
Se acercó hacia él poco a poco diciéndole que no se preocupara, que ya no estaba solo, intentando suavizar el ataque de nervios que tenía ante sí, el chico sujetaba una piedra en su mano izquierda, amenazante, con los ojos inyectados en sangre.
Cuando el chico al fín rompió a llorar dejándose caer sobre sus rodillas, soltando la piedra de su mano para tenderla hacia el guarda forestal, éste se acercó a él y le abrazó. Con mucha calma, acarició su cabello y dejó que el chico se desahogara llorando sobre su hombro y, una vez sintió que el chico se relajaba, apretó su mano izquierda sobre el cuello del pequeño y poniéndole la linterna en la cara, haciendole así perder la orientación le dijo:
"Seguro que pensaste que lo conseguirías, pequeño cabrón, pero esto solo hará que disfrute más aún castigándote por joderme la cadena..."
Apretó la mano izquierda del muchacho contra la pared, la volvió a meter en el grillete y, ayudándose de un trozo de alambre, volvió a atar al chico de tal manera que no pudiera moverse. Le tapó la boca con el mismo pañuelo con el que se habia cubierto la cara y, mientras se desabrochaba los pantalones le dijo sonriente:
"Vamos a jugar... Otra vez..."

sábado, 23 de mayo de 2009

Los innombrables


Mi primer recuerdo en la vida es oscuro, oscuro como esta mina en la que trabajo desde que tengo uso de razón. Entré aquí con 4 años por primera vez. No era este mi destino, ya que normalmente en estas tierras, no suele haber mas de dos hijos por matrimonio y es el primogénito el que tiene asignada la dura tarea de continuar la tradición minera de la familia. El segundo hijo, que siempre es chica, ocupa las labores de hogar. La "parejita" es el estadío ideal en estas tierras, aunque hay familias que tienen la genética desgracia de concebir mas de un varón, con lo cual la mina familiar tiene que desechar al segundo de los obreros, ya que la escasez de minerales en los últimos años ha hecho de estas tierras un triste criadero de flacos e ignorantes paletos que malviven con lo poco que obtienen de sus tristes minas de carbón. En cuanto a las niñas, era otro cantar. Una joven soltera era muy cotizada en estas tierras, ya que la mayoría de las familias solía sustentar al primer hijo varón para luego rechazar a los siguientes. Era normal incluso, que el primer bebé nacido de la pareja fuera directamente arrojado al río si era hembra, ya que era mucho mas dificil mantener a una hija sabiendo que su único futuro sería buscar un marido bien situado, por lo que las familias solían "cerrarse" tras el nacimiento del primer varón.
En mi caso, yo fuí el tercer hijo de una familia trabajadora. Hecho insólito, ya que era raro tener mas de un hijo por familia. Más raro aún si pensamos que en mi familia ya había un descendiente varón, el primogénito de mis padres era un chico, que había ocupado su puesto en la mina, como correspondía en la tradición y lo había hecho dignamente desde que se había sostenido de pié y había sido capaz de sostener un pico y una pala. En cuanto a mi hermana, Roda, que había nacido un año después de Otto, era un angel de pelo largo que igual atendía las labores de la casa a su corta edad que cuidaba de sus hermanos, dejando así tiempo a nuestros padres para ellos.
Lo curioso fué mi nacimiento, era la primera vez que en la aldea de Mindgar una familia tenía la osadía de incumplir las leyes no escritas que aconsejaban no tener una gran descendencia. No era ningún delito, pero era sabido por todos que en aquella pobre tierra de recursos limitados era muy dificil mantener una gran familia, de hecho, eran normales las disputas entre familias que rivalizaban por los límites territoriales de sus pobres territorios o peleas entre hombres que se disputaban a las escasas hembras del lugar.
Pero en aquella familia se dió un caso extrañamente visto por aquellos parajes y era la de un segundo hijo varón en el seno de una familia donde aún habían siquiera casado a su joven hija. No tardó en atacar la hambruna aquel sobrepoblado hogar, donde llegaban escasos recursos que no eran capaces de satisfacer a toda la familia, acostumbrados a un ritmo de vida normal en aquella comunidad que les permitía comer a diario e incluso intimar con otros de su entorno en extraños rituales amistosos que incluían compartir manjares de las respectivas familias implicadas en aquellos actos de convivencia social.
Pero había un problema en aquella familia, era la primera vez que se daba el caso, después de siglos de historia, de que se diese en un mismo hogar tan gran cantidad de descendencia. En algunas ocasiones, anteriormente, ya había sucedido algo así, pero siempre se había solucionado de la forma tradicional, que consistía en sacrificar de forma discreta a los "sobrantes" de la familia arrojando a los recién llegados al río. Pero por alguna extraña razón, aquella pareja decidió no desacerse de su tercera criatura, ya que habían enseñado a su primogénito a trabajar tan pronto y con tanta ilusión que habían olvidado cual era su principal función, que era la de servirles, y se habían encariñado con él, de la misma manera que otros aldeanos se encariñaban con sus obedientes perros, por lo que decidieron que adoptarían a Otto como su protegido y me aprovecharían a mi, Randalf, su pequeño retoño, para trabajar en las minas.
Randalf fué un fiel y eficaz minero desde que tuvo 4 años, era capaz de levantar rocas mas grandes que su propio peso, pero claro, tuvo un gran maestro, su hermano mayor, al que nunca vió como a un hermano, sino como a un rival que había ganado un puesto al que él nunca tuvo opción por el simple hecho de llegar mas tarde.
Aún así, Randalf fué durante años un "topo", como solían denominarse en el argot de la aldea, de primera. No solo siguió con soltura la tradición familiar, sino que fué capaz de abrir nuevas vías ya que tenía una especial capacidad para realizar su trabajo, ya que siempre estuvo convencido de que su trabajo era importante para el desarrollo de su familia y su comunidad.
Tras años de trabajo bajo tierra, Randalf empezó a tener dudas sobre la importancia de su trabajo, ya que, mientras que él estaba allí solo día y noche (aunque el concepto de día era algo teórico para él), Otto disfrutaba de la luz del sol y de otros placeres que él nunca llegaría a conocer por el simple hecho de haber nacido en el lugar y orden equivocados.
No solía pensar en eso, aunque de vez en cuando se le pasaba por la cabeza, pero intentaba ocupar sus pensamientos imaginando cuanto le agradecería la comunidad y su familia en particular el descubrir la mayor veta de carbón de la zona.
Fué un sueño bonito durante años, pero desgraciadamente, acabó dándose cuenta de que su destino estaba ligado de por vida a las vías y galerías de aquella oscura y triste mina, lo supo desde el momento en que descubrió su veta soñada. Aquella mañana, tras abrir una nueva vía en la vieja mina, descubrió una oscura grieta en la roca (no tan oscura para sus blancos ojos acostumbrados a la penumbra) donde todas sus paredes eran de un negro tan intenso que era dificil distinguir sus bordes. Enseguida se dió cuenta que estaba ante un hallazgo nunca antes visto y corrió tanto como pudo para comunicar a sus padres la buena nueva.
Salió de la oscura gruta a media tarde, cuando el "molesto" sol aún no había acabado de ocultarse y se dirigió la gruta donde su familia tenía su morada. Una vez allí, temblando de excitación, buscó a su padre para comunicarle la feliz noticia, había encontrado un filón de carbón tan rico que les sacaría de su ruín vida para siempre. Solo hubo un problema, y es que al encontrar a su padre y comunicarle la noticia, éste se alegró, sí, pero su primer pensamiento no fué para Randalf, el gran héroe que había descubierto tan maravilloso hallazgo, sino para Otto, su primogénito, al que podría casar sin dificultad tras haber adquirido tal manantial de riquezas. Aquella noche fué toda una fiesta en la gruta de Olaf, el orgulloso Orco propietario de la mayor y mas rica mina de carbón conocida hasta la fecha, también fué la primera noche del despertar de Randalf, el desilusionado y "maldito" trabajador que tuvo la desgracia de descubrir el tesoro que marcaría los límites de su futuro. Hasta entonces, su vida había tenido sentido, había sido el encargado de "salvar" a su familia de un existencia triste en una pobre comunidad, pero cuando creyó cumplido su objetivo se dió de bruces con la triste realidad que le decía que su gran hallazgo sería su gran maldición, ya que se había condenado a trabajar de por vida en aquel triste y oscuro agujero para que su familia disfrutara de todo tipo de favores y reconocimientos en la superficie.
Aquel fué el primer día del resto de su vida bajo tierra, desde entonces han cambiado las tradiciones en la vieja aldea minera gracias a la riqueza que les da el poder negociar con carbón suficiente para abastecer a las comarcas vecinas, ahora ya no hay problema en tener mas hijos por familia, ya que hay trabajo para ellos en la gruta del maestro Randalf, a él se entregan los hijos de las familias, todos menos el primero, el primogénito, que se cría en casa y seguirá la tradición del resto de las familias, normalmente la venta de carbón. Las niñas trabajarán en casa hasta casarse, sirviendo fielmente a sus padres y maridos. En cuanto a los demás, los descastados, vivirán su corta y triste existencia conmigo, aquí abajo, en la mina, que desde hace algunos años permanece aislada del exterior, cerrada con grandes puertas vigiladas desde fuera para que no escape la riqueza que encierra en su interior, ni a nosotros con ella...
Nadie se acuerda de ellos, al menos en público, ya que está penado por "su justicia" hablar de nosotros en el exterior debido a que los primeros años, algunas madres no aguantaban el dolor de deshacerse de sus hijos y lucharon contra las costumbres y el "bien común", alguna llegó incluso a quitarse la vida. Ahora, todo ha cambiado, los descastados somos también los innombrables, ya nadie se acuerda de nosotros, solo nuestros guardas tienen algún contacto con nosotros al introducir comida o nuevos trabajadores por el hueco destinado a tal fín en la puerta de la mina, rara vez se aventuran a entrar y, si es así, es para castigarnos con dureza por la escasez de producción, por lo que intentamos evitar que lo hagan. No quieren pensar en nosotros para intentar salvar sus almas e intentamos así sea para intentar salvar nuestros cuerpos...
Así fué como este pueblo minero salió de la pobreza económica para convertirse en uno de los mas ricos de la comarca, donde los que viven arriba construyen casas cada vez mas grandes y se visten y adornan con las mejores sedas y joyas, procurando pensar lo menos posible en los que estamos abajo para evitar sentir cualquier malestar a la hora de disfrutarlos.

miércoles, 20 de mayo de 2009

Contaminado


Arde el asfalto bajo la ciudad, arde mi cabeza llena de sucios pensamientos llenos de sexo, violencia, amor y soledad. Arde mi sed de venganza, mis ansias de ver morir y sufrir a todos aquellos que me hicieron daño. Arde mi odio hacia el mundo, mi deseo de ver mas guerra, mas muerte, mas dolor. Ardo en deseos de acuchillar, disparar, arrancar un pedazo de piel de cualquiera que me mire mal. Arde el cielo castigando a todo aquel que se atreva a volar tan alto, ángeles con sus blancas alas ardientes gritan pidiendo ayuda, suplicando clemencia, pero nadie les escucha porque ya nadie cree en ellos. Arde la ciudad, miradas lascivas se cruzan en cada rincón, como vampiros hambrientos observando su presa pasar. Arde la tierra, arden los olivos, arden los campos arrasando la esperanza. Arde la hierba, arden las flores, arde el bosque arrasado por el egoismo. Arde mi corazón a tu paso, arde mi sangre cuando te miro, arde mi piel a tu contacto. Arde la calle al paso de los ardientes motores de miles de monstruos que contaminan el aire. Arde mi alma al pensar en el mundo, arden mis ojos al verlo quemarse, arde mi corazón al no poder apagarlo. Arde el reloj al no poder detenerse, arde la lluvia antes de contaminarse, arde el mar harto de ser humillado. Arde la historia cada vez que se repite, arde el hombre cada vez que se equivoca. Y yo, que solo pienso en avivar la llama, veo como todo arde, como todo se acaba, y solo me viene un pensamiento. Al fín, descansaré, mientras ardo en mi cama.

lunes, 18 de mayo de 2009

Volando alto


Abrí los ojos y me encontré volando, volando alto, muy alto. Tan alto que casi no se distinguía el suelo, al principio no veía mas que nubes, pero poco a poco, entre las nubes, empecé a distinguir montañas, bosques, agua...


Sabía que no era un sueño porque no recordaba haberme dormido, aunque, ahora qeu lo pienso, tampoco recuerdo quien soy ni que hago aquí, ni recuerdo que ha pasado antes de encontrarme en una caída libre desde una altura que no alcanzo ni a imaginar. Me asusto, creo que voy a morir, muevo los brazos y las piernas como si pretendiera volar como un pájaro, pero pronto me doy cuenta que hay algo más, algo extraño. No caigo, sino que vuelo, despacio... Incluso puedo controlar mi vuelo sin necesidad de hacer nada, me basta con pensarlo y me muevo hacia donde quiera. Miro hacia arriba, pero no veo nada aparte del cielo y las nubes. No tengo paracaídas, ni parapente, ni nada que controle mi vuelo. Ahora que lo pienso, tampoco veo mis manos por mas que las mueva. Intento ver mi cuerpo, pero no está ahí, soy completamente invisible...



¿Quién soy?



Solo estoy seguro de algo, siento paz, mucha paz. Me siento tan bien aquí arriba... No tengo frío, ni calor, ni miedo, ni dolor. No siento nada, solo paz y bienestar.



No sé que estoy sobrevolando, asique decido subir tan alto como pueda, intentando buscar una referencia. Comienzo mi ascenso entre las nubes a una gran velocidad hasta que no son mas que una mancha sobre una tierra tan lejana que las montañas son solo pequeñas arrugas sobre ella. Veo la costa, me dirijo hacia ella, quiero sobrevolar el mar.



Bajo hacia el mar y me acerco tanto a él que casi puedo tocar las olas. Me acerco a la costa y veo como los turistas toman el sol en la playa, una playa llena de "guiris".



Un latigazo sacude mi cerebro, como si un rayo me atravesara el cuerpo, entrando por mi pecho y subiendo hasta mi cabeza atacando hasta la última neurona. Pierdo la noción del espacio, pero no caigo al suelo, solo he perdido mi posición, pero sigo viendo la playa llena de guiris, guiris como yo...



Ahora se donde estoy, empiezo a recordar rapidamente. Miles de imágenes se abalanzan contra mí, como si un flash me sacudiera una y otra vez descargas de luz sobre mis ojos.



Estoy en Nerja, una localidad de costa al sur de España, en la costa de Málaga. Llevo años allí, desde que conocí a Carmen, una bella morena española que me conquistó y me robó el corazón. Yo soy John, John F. Cleaves (la F es de Ferdinand, simpre lo odié...), también me suelen llamar Juan el guiri, la gente suele ser bastante bromista por aquí. Llevo años viviendo aquí, mas de 10, casado con Carmen, soy dueño de un típico bar inglés donde otros guiris (como yo) vienen a ver el fútbol mientras se atiborran de cerveza. Pero todo esto no explica porque estoy sobrevolando la tierra en un cuerpo invisible y lleno de paz y energía, a no ser que haya muerto y esto es lo que venga después. Si es así, no está nada mal. Decido buscar a Carmen, necesito verla y, solo con pensar en ella mi cuerpo se mueve en su busca sin que yo tenga que hacer nada.



Paso sobre mi casa, pero no me detengo allí, seguramente haya salido a hacer compras o puede que incluso se dirija al bar a hacerme una visita. Pero no voy en dirección al bar ni a ninguna zona comercial, me dirijo hacia el Hospital.



Ella está allí, llorando, en un banco en un pasillo. Llora desconsolada y repite algo de manera ininterrumpida entre sus manos, que están juntas tapando su cara. Me acerco tanto que podría tocarla, intento hablarle, pero no puedo hacer ninguna de las dos cosas. No tengo manos, ni voz, no puedo hacer nada, solo escuchar. Repite mi nombre, eso es lo que hace, dice mi nombre una y otra vez. Quizás tuviera razón, quizás haya salido de mi cuerpo para no volver, pero no recuerdo como pasó. Intento recordar y voy al último sitio donde recuerdo haber estado, el bar.



El bar está cerrado (evidentemente, el dueño está volando por ahí, seguramente muerto), intento recordar lo que estaba haciendo la última vez que estuve allí y, solo con pensarlo, el bar cobra vida, como si el tiempo hubiera dado un salto hacia atrás, y me veo en la barra del bar, riendo, como siempre, hablando con clientes y amigos, tranquilo, disfrutando de una tarde en el trabajo sin agobios. Todo parece ir bien, allí está Fernando, un joven español que aprovecha el tiempo hablando en inglés conmigo y mis clientes siempre que puede. Una lección gratis de inglés, suele decirme, es muy buen chaval. También está Mark, otro habitual del local, el típico jubilado inglés que se vino a la costa y pasa mas tiempo en el bar que en su casa para evitar discursiones con su mujer. Yo hablo con ellos de fútbol, discutimos quién será el campeón de la champions league este año, los equipos ingleses están fuertes, pero el Barcelona hace muy buen fútbol. Es una conversación bastante tonta, pero nos ayuda a pasar la tarde entretenidos.



Suena el teléfono, pero no reconozco el número, asique no me molesto ni en contestar, es raro que me llamen al móvil desde un fijo que no conozco, muy poca gente conoce mi número, asique imagino que será una de esas llamadas que intentan ofrecerte alguna maravillosa oferta si te cambias de compañía. Al carajo.



Vuelven a insistir, pero vuelvo a colgar. Tras el tercer intento, pensé en poner el móvil en silencio, pero cuando fuí a hacerlo pensé que era extraño que insistieran tanto, asique decidí contestar.



Otra descarga sacudió mi pecho y mi cabeza recibió tal cantidad de energía que dejé de ver y oir durante unos segundos, esta vez incluso setín que caía al suelo. Al abrir los ojos ví el techo el bar, estaba cerrado, pero las luces seguían encendidas. Es raro, yo nunca hacía eso, siempre me aseguraba de dejar todo ordenado y bien apagado, pero aquello estaba hecho un desastre, como si me hubiera ido corriendo de allí. Y eso era lo que había pasado, porque en cuanto pensé en mí, salí disparado y me vi sobrevolando mi coche, mi voyager verde, que conducía a toda velocidad por las calles en dirección al hospital, repitiendo casi el mismo camino que había sobrevolado hacía unos minutos. No se que puede haber pasado para salir con tanta prisa, intento ver dentro de mi cabeza para ver que estoy pensando y veo preocupación, mucha preocupación. La llamada era de la policía, Carmen había sufrido un accidente de coche y estaba en el hospital, no se nada de su estado, solo que había sido un accidente grave y su estado era reservado.

Pero no puede ser... Acabo de ver a Carmen en el Hospital y era ella la que lloraba por mí, ¿Qué ha pasado después?

Veo como mi voyager llega al hospital y yo salgo corriendo sin siquiera parar el motor. Corro hacia información y pregunto con dificultad donde está mi mujer, me dicen que está en el quirófano y que aún no me pueden decir nada, solo que ha sufrido daños graves y que solo queda esperar.

Pasan los minutos y mi desesperación sube cada vez más. Discuto con el personal del hospital, necesito saber algo, y aunque intentan calmarme, mis nervios se enervan cada vez más.

Llega la madre de Carmen, intento hablar con ella pero se abalanza contra mí con rabia. Me dice que todo es culpa mía (nunca le caí bien), no para de llorar y de intentar golpearme, cree que Carmen ha sufrido el accidente tras discutir conmigo, algo que pasó hace un par de días pero que ya estaba solucionado.


Todo esto está acabando con mi paciencia, he empezado incluso a sentirme culpable sin saber por qué. No puedo estar en la sala de espera, su madre sigue histérica y gritando que me matará. Salgo a la calle, necesito un poco de aire, voy a dar un paseo. Después de hacer prometer a mi cuñada (mucho mas razonable que su madre) que me llamará si hay alguna novedad, me dirijo a la ciudad, necesito despejarme un poco y pensar, voy a andar junto al mar.

Estoy en el balcón de Europa, un precioso mirador en lo alto de un acantilado desde el que se ve una preciosa vista del mar, solo el mar, nada mas...

Y allí estoy, mirando al mar, pensando en que puedo perder lo que más quiero, sin dejar de llorar...

Miro hacia abajo y veo la furia de las olas chocando contra las rocas, empiezo a pensar en lo fácil que sería acabar con todo en ese mismo momento, superar el dolor. Sería incapaz de pasar por algo así, no me veo viviendo sin ella. Miro el móvil y, nada, no hay noticias. Me dejo caer...


Es una imagen curiosa, ver como tu cuerpo cae al vacío y perseguirlo a distancia. Mis ojos están cerrados, mi cara no es de miedo, es más bien como de relajación, como si me estuviera quitando un gran peso de encima o me estuvieran dando el mejor de los masajes. Las rocas están cada vez mas y mas cerca hasta que...


Otra descarga entra por mi pecho y, mientras sube hacia mi cerebro pienso si ya será demasiado tarde para mí, si ya estaré allí donde sea que se van los que dejan este mundo. Nunca he creído en el mas allá ni nada así, tampoco he tenido miedo a la muerte, pero ahora que lo pienso... Sé que ella salió del quirófano viva, asique me siento como un gilipollas por no haber podido esperar.

En un último intento desesperado me agarro a esa descarga que me está cruzando el cuerpo y me lleva directo a él, a mi propio cuerpo. Me veo tumbado en un quirófano, los médicos luchan por salvar mi vida. Tengo un aspecto terrible, estoy lleno de vendas, pero por lo que se vé, aún late un poco de vida dentro de mí. Por eso lloraba ella en el hospital. Ella consiguió salir de aquella, pero al despertar, se encontró con que el idiota de su marido estaba en coma porque no tuvo fuerzas para estar a su lado.

Me lanzo hacia mi propio cuerpo e intento golpearlo con todas mis fuerzas, no se si quiero entrar en él o partirme la cara por imbécil.

Siento otra de esas descargas, pero con una diferencia, esta vez el dolor es mas intenso, el fogonazo es mucho mas intenso y, de repente, todo se ha vuelto negro. Ya no puedo ver nada de nada, creo que esto va a peor...


Dos días después abrí los ojos y ella estaba allí. Mi recuperación es lenta, dolorosa y dura, pero merece la pena. A veces voy hasta el mirador de Europa, aunque me asomo con cuidado (broma de suicida...), me imagino que habría sido de mí si no hubiera volado hasta el hospital y la hubiera visto allí. ¿Habría tenido fuerza para seguir luchando? Nunca lo sabré... Tampoco sabré si lo que viví fué real o no, pero, por una vez, quiero creer que fuí tan valiente para luchar por lo que quería y que mi alma, espíritu, o lo que fuera que me hizo ver mi estupidez y me hizo volver, es el de un hombre fuerte.







jueves, 7 de mayo de 2009

El paraiso de Eva


Eva trabajaba en un pequeño local de copas en el centro de Leioa y, aunque su trabajo no era el mejor del mundo, más bien lo odiaba, en el fondo estaba agusto en él ya que le permitía ganarse la vida sin grandes agobios. Solo tenía dos grandes incovenientes, el primero era el horario, solía trabajar hasta las dos o las tres de la madrugada, según la noche, y el segundo era el jefe, o el gordo cabrón, como todos le conocían, un hombre pasado de peso, bastante desagradable, no por su aspecto físico, que ya denotaba por su cara su falta de sensibilidad, sino por el trato que le daba a todo el mundo, solía hablar de manera despectiva a todo el mundo, como si se creyera superior a los demás, pero lo que realmente molestaba a Eva era su manera de mirarla, tanto a ella como a su compañera, como si fueran de su posesión, incluso alguna vez había intentado propasarse con ella, pero ella era fuerte y había salido bien de la situación. Cuando las cosas se ponían duras o difíciles, Eva pensaba en Álvaro, su pequeño de tan solo año y medio que le esperaba cada noche en casa de la abuela. Había sido duro criarlo sola después de que él las abandonara, es más, ni siquiera merecía la pena pensar en él, Álvaro era lo importante, lo mas importante en su vida, y la razón por la que seguía en su trabajo, día tras día, aguantando a aquel gordo cabrón y a borrachos con pocos modales que acudían cada noche a aquel pequeño bar del centro. Bueno, también estaba Pablo, que era como una pequeña isla en mitad del océano. Pablo era el único de los clientes habituales con el que Eva mantenía un poco de confianza. Solía ir un par de veces por semana y, en los pocos ratos libres que tenía ella para relajarse, hablaban mientras ella fingía que secaba vasos con un trapo. Hablaban de todo un poco, pero de nada en especial, pero había buena química entre ellos y él le hacía reir, algo que ella agradecía muchísimo, ya que le hacía volar fuera de allí durante unos minutos. Pero lo que mas le gustaba era hablar sobre ella y sobre Álvaro, a él le encantaba oir las historias de aquel pequeño que a su corta edad, apenas sabía expresarse y aún andaba con ayuda. Hacía casi un año que se conocían, pero aún había cierta tensión en el ambiente cuando hablaban, una mezcla entre timidez y tensión sexual que no dejaba que las conversaciones se hicieran demasiado profundas... Tampoco hacía falta, tenían una bonita relacción de amistad que llenaba a los dos.
Aquella noche era tan monótona y agobiante como otra cualquiera, solo había una diferencia, Pablo se mostraba distante, nervioso, como si tuviera miedo hasta de cruzarle la mirada, pero Eva pensó que tendría sus propios problemas en la cabeza y no quiso agobiarle con preguntas, asique un simple ¿Cómo estás? Fué todo lo que cruzaron durante la primera copa que él tomó. No fué hasta el segundo Gin-tonic cuando él se decidió a mirarla a la cara y con voz rasgada, como si saliera con dificultad le dijo: Te quiero, Eva, no puedo aguantar mas sin decírtelo, te quiero desde la primera vez que te ví tras esa barra. Ella sonrió, pensó que estaba bromeando, pero cuando vió que sus ojos se tornaban vidriosos supo que aquel hombre decía la verdad. Eva adoraba a aquel chico de mirada triste que tenía delante, ni siquiera le sorprendió aquello, era algo que había imaginado en múltiples ocasiones, pero tenía tan mal recuerdo de los hombres, tanto miedo de volver a equivocarse, que no se sentía preparada para empezar otra relacción, aún no. Intentó explicárselo a Pablo de la mejor manera que pudo, incluso le dijo que no era un "no" definitivo, sino que necesitaría algún tiempo hasta centrarse un poco más y hacerse con el control de su vida antes de volver a dar un paso tan importante. Él, como siempre, fué muy comprensivo con ella, aunque estaba claro que su rostro denotaba un grado de decepción facilmente apreciable, pero lo superaría, seguro que lo haría. Al finalizar la noche Eva ya casi había olvidado la charla con Pablo, estaba tan centrada en su trabajo que, aunque le dió pena la situación, acabó por olvidarla y no fué hasta la hora de parar cuando volvió a pensar en ello, pero Pablo había desaparecido, se había ido sin decir siquiera adiós, por lo que ella sospechó que no lo había encajado tan bien como pensaba... Bueno, tiempo al tiempo, pensó. Fregó la parte de la barra, como cada noche, se despidió de su jefe y salió a la calle a buscar su coche, que estaba cerca de allí, junto al callejón. Se acercó a su coche, abrió las puertas con el mando de la llave y... Eso era todo lo que recordaba cuando se despertó, el sonido de su coche al desbloquear las puertas y un ruido extraño tras de ella, como si alguien saliera a toda prisa del callejón, pero no sintió miedo, no le dió tiempo, fué todo tan rápido... Ahora estaba en una cama, en una habitación extraña, atada de pies y manos a los barrotes de aquella cama antigua y con un fuerte dolor de cabeza. Empezó a gritar, pero nadie acudió a sus gritos de auxilio. Siguió gritando durante un buen rato, hasta que se dió cuenta que aquello era inutil, nadie la oía. La habitación era grande, estaba completamente vacía, aparte, claro está, de aquella vieja cama, que parecía una de esas camas de hospital, con un diseño tan simple que era dificil de imaginar a alguien comprando algo así... Pero los barrotes a los que estaban atadas sus muñecas y sus tobillos eran fuertes y no parecía viable romperlos por mucha fuerza que hiciera. Las pareces eran de piedra, a simple vista, diría que estaba en uno de esos viejos caserones, o caseríos, que tanto abundan por el norte, por lo que era imposible saber en que zona se encontraba, pero fácil adivinar que no estaría cerca de la civilización, si quien fuera que la había llevado allí se había tomado la molestia de atarla pero no la de amordazarla, estaba claro que no temía a que nadie la oyera gritar, inclus dejándola sola. Lo único que oyó fueron a varios perros ladrar fuera de la casa. Intentó relajarse, hacía rato que había quedado claro que gritar o intentar escapar no valía de nada, nadie la oía y era imposible romper aquellos barrotes o las cuerdas que la sujetaban, asique no tenía nada que hacer mas que esperar, pero no era fácil mantener la calma en aquella situación, y menos aún pensando en su pequeño, al que debería haber recogido de casa de su madre aquella mañana y al que estaba loca por abrazar. ¿Quién sería capaz de hacer algo así? ¿Qué hacía ella allí? Pronto se resolvieron sus preguntas, tan pronto como la puerta de la habitacíon se abrió y Pablo entró por ella. Nervioso, intentó explicar lo inexplicable, con voz partida, evidentemente agobiado, intentó explicarle a Eva que la quería tanto que quizás ella no entendío la noche anterior lo bien que estarían juntos, todo lo que él le podía ofrecer. Mientras, ella lloraba sin poder decir una sola palabra, intentando autoconvencerse que aquello que le estaba sucediendo no era real, pero desgraciadamente no era un sueño, Pablo estaba allí, frente a ella, declarándose, otra vez, solo que esta vez ella no podía decir que no... Tras la nueva declaración, Pablo seguía sin entender porque ella le seguía rechazando, aunque en esta ocasión no fué un rechazo como la noche anterior, simplemente se había puesto un poco violenta y le había insultado, pero claro, estando atada en la cama, quizás estuviera nerviosa y no pensara con claridad, asique le daría un tiempo para pensarlo. Salió de la habitación y, despidiéndose de ella cariñosamente, le dijo que pensara en ello y se marchó. Ya volvería mas tarde cuando hubiera reflexionado un poco. Desafortunadamente para Pablo, ella no cambió de idea, nisiquiera cuando al tercer día, tras haber hablado con ella de forma mas calmada, él había accedido a soltarle una mano para que ella pudiera comer sola, pero había aprovechado ese mínimo de libertad para clavarle un tenedor en el brazo izquierdo. Pablo estaba empezando a desesperarse, creía que podría hacerla cambiar de opinión, pero cuantos mas días pasaban, más y más violenta se volvía ella, incluso había intentado agredirle otra vez tras intentar seducirle una noche. Aquella noche ella se había mostrado amable con Pablo y, tras hacerle ver que empezaba a comprender porqué había actuado de aquella manera, le había besado y le había pedido que le liberara al menos una mano para abrazarle. Él había desconfiado un poco, pero ¿Cómo negarse? Ella aprovechó aquel pequeño voto de confianza para soltar su otra mano, mientras le besaba con pasión, pero en esta ocasión fué mas inteligente que en el primer intento, no intentó agredirle, sino que dejó su mano izquierda libre aunque no desatada del todo, y dejó que él volviera a atarle la derecha tras aquel momento de confianza. Eva fué paciente, esperó durante horas, intentó asegurarse que él no estuviera en casa para desatarse completamente, llevaba varios días atada a aquella cama ya. ¿cuatro, cinco...? No lo recordaba exactamente, había sido todo tan duro... Intentó dormir, quería estar descansada porque contaba con que tendría que andar varios kilómetros hasta llegar a algún lugar donde pudiera pedir ayuda, necesitaba tener fuerzas, además, también había pensado en los perros, por sus ladridos parecían grandes y no estaba segura si había dos o tres... Quizás incluso mas. Aquella mañana, decidió que era el momento. Pablo solía salir todas las mañanas, por lo que era muy posible que, después de darle el desayuno, como cada mañana, se fuera a la ciudad. Liberó su mano izquierda con facilidad, y liberó la derecha, para lo que tuvo que hacer mucha fuerza con sus uñas, ya que el nudo estaba fuertemente atado. Liberar sus pies fué mas sencillo, al hacerlo con las dos manos. Desgraciadamente, algo salió mal, aquella mañana no estaba sola en aquel caserío. Se abrió la puerta y Pablo, visiblemente confuso entró en la habitación con un ramo de flores. Pronto esa cara de confusión se tornó rabia cuando se dió cuenta que ella intentaba escapar. Se abalanzó sobre ella y, tirándola a al suelo, la golpeó una y otra vez, primero con el ramo de flores, luego con su mano abierta, mientras gritaba: ¡NO ERES MAS QUE UNA PUTA, IGUAL QUE LAS DEMÁS! Ella apenas podía defenderse, estaba demasiado débil y era imposible que pudiera con él, por lo que intentaba arrastrasrse impulsándose con sus piés hacia atrás para intentar meterse bajo la cama, mientras usaba sus manos para proteger su cara, golpeada una y otra vez con rabia. Consiguió meter medio cuerpo bajo la cama y, mientras él tiraba de ella hacia fuera, Eva se aferraba a los bajos de la vieja cama para protegerse, aunque no sabía si aquellos viejos muelles que formaban el somier aguantaría mucho. Finalmente los muelles cedieron y Eva se vió a merced de su atacante de nuevo, que siguió golpeándole en la cara una y otra vez. Finalmente él paró de golpearla, y pasó de los golpes a las caricias. "Lo siento", repetía una y otra vez, "pero no me has dejado otra opción". En ese momento, ella apretó en su mano un viejo muelle que había arrancado de los bajos del colchón y se lo clavó con rabia a Pablo en el ojo derecho. Él se levantó, gritando de dolor y, arrodillado en una esquina, intentaba quitarse aquello del ojo, pero cada vez que intentaba hacerlo, se retorcía de dolor con solo tocarlo. Ella aprovechó el momento para salir de la habitación y bajar a la planta baja, pensó que podría salir de allí corriendo, sin mas, pero al abrir la puerta dos enormes mastines le cortaron el paso con aire amenazante. Evidentemente, salir de allí no iba a ser tan fácil. Por otro lado, Pablo había salido de la habitación y bajaba escaleras abajo gritando que la mataría. Corrió hacia la cocina, pensando que quizás hubiera una puerta trasera, pero no solo no la había, sino que se vió completamente acorralada. Él estaba en la puerta, cubierto de sangre, amenazante, y no había salida posible. Estaba aterrorizada, pero pensó que tendría que ser fuerte si quería salir de allí con vida. Entonces pensó en Álvaro, su pequeño, se armó de valor y cogió el cuchillo más grande que había a la vista y se lanzó hacia él, que se vió sorprendido por el ataque. No fué fácil en absoluto, el se defendió con mucha fuerza, pero finalmente ella le hundió el cuchillo en el pecho y no paró de clavárselo una y otra vez hasta que se aseguró que no se volvería a levartar. Ahora, había que salir de allí, había que pensar en los perros. Decidió que lo mejor sería observarlos primero desde dentro. Estaba agotada, dolorida y cubierta de sangre, la mayoría de Pablo, pero también había mucha sangre que seguía brotando de su rostro tras los golpes y la lucha. Se asomó a la ventana y contó tres perros, todos enormes y todos con pinta de ser buenos y peligrosos guardianes. La finca estaba rodeada por una valla, pero estaba lo suficientemente lejos para que no fuera buena idea correr hacia ella, seguro que los perros la alcanzarían antes. Pero estaba claro que tenía que salir de allí, no había teléfono, ni fijo ni móvil, fué lo primero que buscó por toda la casa, asique tendría que pensar un plan. Pensó en matar a los perros, pero no sabía como separarlos. Al menos tenía algo, había encontrado las llaves del coche de Pablo, quizás pudiera llegar hasta él, no estaba lejos de la casa, podía verlo desde la ventana a unos 100 metros, era complicado, pero era una buena opción. Abrió la nevera y cogió un par de jugosos filetes, se fué a la parte trasera de la casa e intentó atraer a los perros hacia la ventana. No podrían entrar por allí, había fuertes rejas, pero podría entretenerlos mientras salía hacia el coche. Fué mas fácil de lo que pensaba, nada mas abrir la ventana los perros se abalanzaron hacia la reja, como si la estuvieran esperando. Lanzó los filetes lo mas lejos que pudo y vió como los tres mastines corrían hacia ellos. Mientras, ella corrió en sentido contrario, con las llaves del coche en la mano y, sin pensárselo dos veces, corrió hacia éste lo más rápido que pudo. Corrió sin mirar atrás, pero a mitad de camino, oyó como los ladridos comenzaban a acercarse. Los perros habían dado media vuelta y ya habían dado la vuelta a la casa para correr hacia el coche. Ella tenía suficiente ventaja, al menos eso creía. Llegó hasta el viejo coche y descubrió, con sorpresa, que el cierre era manual. Intentó meter la llave en la cerradura rapidamente pero con calma, pero le temblaba tanto el pulso por el miedo que no era nada fácil, oía a los perros cada vez mas cerca. Giró su cabeza un momento para calcular su posición cuándo vió como uno de ellos estaba tan cerca ya que podría incluso tocarlo si alargara su brazo, el perro ya estaba lanzando su ataque hacia ella. Saltó hacia atrás instintivamente y el perro chocó contra la puerta del coche haciendolo temblar, chilló como un cachorro asustado y la llave del coche cayó al suelo. Eva saltó sobre el capot del coche y de ahí, subió al techo, esperando estar a salvo allí arriba, pero enseguida se dió cuenta que no era así, cuando el segundo de los perros saltó sobre el capot y se preparó para subir a por ella. El primer perro seguía en el suelo, se había dado un golpe tan fuerte contra el coche que su cabeza sangraba abundantemente, se levantaba, andaba unos metros como si estuviera borracho y volvía a caer, pero los otros dos la miraban, con los ojos inyectados en sangre, uno a un solo salto de subir a lo alto del coche y el otro en un laterar de éste esperando que ella bajara de él. Eva sopesó sus opciones en apenas un segundo: No podía seguir allí, ya no estaba segura, en cualquier momento uno de los mastines saltaría sobre ella, no podía correr hacia la valla, aún estaba demasiado lejos, por lo que solo vió una opción viable. Cerca de allí, a apenas 15 metros de donde se encontraba, había una piscina, sucia, llena de hojas, pero aunque estaba agotada, ella era buena nadadora, podría aguantar allí mientras pensaba algo mejor. Saltó del coche por la parte trasera y corrió hacia la piscina, donde se lanzó justo antes de que el perro le atrapara, cayendo éste al agua tras de ella. Enseguida se dió cuenta que el perro luchaba por salir, asustado. Eva, llena de rabia, nadó hacia él y sorprendiéndole por debajo, tiró de sus patas hundiéndo al animal y llevándole al fondo de la piscina una y otra vez hasta ahogarlo. Estaba agotada, pero esa nueva pequeña victoria le había dado ánimo seguir peleando y no pensar en la rendición. Ahora quedaba planear su salida de allí, pero no sería fácil, aún había dos perros fuera de la piscina, uno de ellos junto a la piscina no dejaba de gruñir, esperando amenazante que ella saliera de la piscina, retándole con la mirada, el otro, seguía intentando recuperarse del golpe, sangrando abundantemente por la cabeza. Ella, por su parte, trataba de pensar y de economizar fuerzas, ya que la piscina era lo suficientemente profunda para que no hiciera pié en ninguna parte, y apoyarse en la orilla para descansar tampoco era buena opción, el perro la esperaba impaciente. Hacía frío y empezaba a cansarse, por lo que pensó que debía actuar pronto. Se acercó al borde de la piscina y retó al perro a acercarse. Éste ni se lo pensó, se acercó al borde de la piscina e intentó morderla, pero fué lo bastante prudente para no lanzarse al agua, como el anterior. Ella se acercó un poco más, se había quitado la camiseta y la había enrollado a su antrebrazo, por si el perro se llegaba a morderla, y le volvió a retar, esta vez ofreciéndole el brazo. El ataque fué tan rápido que el perro se enganchó a su brazo, mordiéndola con fuerza y haciéndola gritar de dolor. El perro tiraba hacia fuera y, casi consigue sacarla, pero ella apoyó los pies contra el borde de la piscina y agarrando al perro por su piel con la mano derecha por si este le soltaba el antebrazo izquierdo, tiró fuertemente de él hacia la piscina, haciéndole caer al agua. El perro soltó su brazo e intentó nadar hacia fuera, como el primero, pero ella sacó fuerzas de flaqueza para bucear y volver a atacar a éste como al anterior. No fué tan fácil en esta ocasión, este perro era tan fuerte y furioso, que luchó con fuerza e incluso la mordió en alguna ocasión, pero finalmente logró ahogarlo como al anterior. El tercer perro estaba tirado en el suelo, en un charco de sangre y ella estaba tan agotada que solo podía pensar en salir de allí. Salió de la piscina, se dirigió hacia el coche y buscó la llave en el suelo. No fué dificil encontrarla, la metió en la cerradura y abrió la puerta. En ese momento el tercer perro, empapado en sangre, saltó sobre ella y la tiró al suelo tras golpearse los dos contra el coche. Estaba tan agotada que ni siquiera lo había oído llegar, pero por suerte para ella, el perro también estaba débil por toda la sangre que había perdido. Cada vez que la mordía, ella le golpegaba y el perro la soltaba tras el puñetazo. Finalmente le agarró por la correa y, acercándole la cabeza al asiento del coche, comenzó a cerrar la puerta golpeándole en la cabeza una y otra vez. El viejo Ford fiesta blanco acabó salpicado de sangre por todo el laterarl, el perro estaba muerto, estaba claro, pero ella seguía golpeándole, una y otra vez, hasta que al fín, el agotamiento la hizo caer al suelo y se echó a llorar. Después de cinco minutos llorando que le valieron para recuperarse, apartó el cuerpo del perro y entró en el coche. Arrancó el motor y solo paró para abrir la puerta de la finca. Después, siguió conduciendo sin saber donde estaba, pero siguió el camino hasta llegar a la carretera y a partir de ahí fué fácil escapar de su infierno. Olvidarlo, ya sería otra cosa...

sábado, 2 de mayo de 2009

El mar en Granada







Desde que Jordi llegó a Granada, supo que era su sitio. Estaba cansado de Barcelona, de su ajetreo diario. Era camarero en un pequeño restaurante y, la verdad, no se podía quejar, la vida no le había tratado demasiado mal. Su trabajo no era lo que él esperaba hacer, siempre soñó con ver mundo, quizás navegar, trabajar en un crucero, por ejemplo, donde conocería miles de sitios y de personas que le encantarían, sin tener necesidad de engancharse a ellas, porque Jordi era un tipo solitario, le encantaba la soledad. Sentirse solo, para él era sinónimo de sentirse libre, por eso le encantaba sentarse frente al mar al atardecer siempre que podía, y para ello, tenía un lugar especial, un lugar solitario donde nadie le molestaba, el único ruido era el de las olas golpeando las rocas. Podía estar allí durante horas, sin pensar en nada en especial, solo él, su tranquilidad y el sonido relajante del mar. No podía imaginar nada mejor.
Siempre fué tímido, le costaba relaccionarse con la gente, y más aún entablar amistad y confiar en las personas. Tenía muchos amigos, algunos muy buenos, pero le conocían lo poco que él les dejaba ver. Soy abierto con quién quiero, solía decir, bromeando cuando alguien le recriminaba por ese escudo que parecía llevar encima constantemente. De hecho, fueron sus propios amigos quienes le llevaron a Granada, en una de esas escapadas locas durante un puente de Mayo.
Cinco jóvenes y un único objetivo, conocer Granada y Granadinas en cantidad, disfrutar la ciudad de día y de noche, vivir cada momento como si se acabara el mundo al día siguiente. Pero algo pasó en ese viaje, algo pasó en Jordi desde el primer momento que pisó la ciudad, Granada le atrapó. Le atrapó con ese encanto especial que tienen pocas ciudades, que son capaces de hablarte sin tener que decir una sola palabra, sin hacer un solo gesto, con susurros cautivadores, como los del mar, susurros de paz y promesas de calma, besos de olores y caricias de sensaciones en cada rincón. Estaba como poseído.
Eso, por supuesto, pasó poquito a poco, como pasan las cosas especiales. La primera impresión fué caótica, como en cualquier otra ciudad. Cinco amigos cargando las maletas en un autobús lleno de gente, que se adentra dentro de una ciudad desconocida, con tanto cemento como otra cualquiera, pero ya entrando en el centro, aquellos edificios coloreados empezaron a mirarle, se sentía observado por la ciudad.
La primera noche fué bastante divertida, alcohol y tabaco en abundancia, y mas alcohol, y mas tabaco, y cosas en el tabaco, y mujeres entre el alcohol... Aquello prometía, pero entonces apareció ella... Y eso lo cambió todo.
Ella era enorme, grandiosa, preciosa. Nunca había visto nada parecido. Sandra le llevó hasta allí, al menos así creo que se llamaba. Aquella chica morena de acento divertido y voz sensual fué quien se la mostró. Salieron del bar y le propuso ir a verla, a ver la Alhambra, al mirador de San Nicolás, en plena noche, para que la viera iluminada. Él, por supuesto aceptó, ya que sabía que tras esa invitación había una segunda intención, no solo iban a ver monumentos, o al menos, no todos serían de piedra... Pero cuando la vió, quedó tan prendado ante ella, que casi se olvidó de todo lo demás, incluso estuvo a punto de fastidiar su fin de fiesta en su primera noche loca en Granada.
Tomaron una cerveza de lata degustando aquella vista, él apenas pudo articular palabra, ella incluso llegó a pensar que se había llevado al mas freaky... Pero al fín consiguió hacerle reaccionar y acabaron en un pequeño cuarto, en una pequeña cama, de una pequeña casa que ella compartía con otras estudiantes no muy lejos de allí. Él seguía prendado por lo que había visto, empezaba a darse cuenta de lo que le pasaba, había encontrado un mar en mitad de la ciudad, o quizás fuera la ciudad la que estuviera sumergida en aquel mar... Había un pueblo en mitad de aquella ciudad, un barrio de casas blancas y pequeñas calles empedradas encastrado en mitad de aquella ciudad de tráfico loco y fiesta contínua, era como una isla desierta llena de paz en medio de un océano con olas furiosas y llenas de peligro desde la que se divisaba el más bello de los faros. Nunca había sentido nada igual, en aquel momento supo, que nunca más saldría de allí, que había encontrado su sitio.
Los siguientes días fueron de transición, ya que él tenía muy claro lo que quería y, aunque sus amigos le tacharon de loco, él se dedicó a pedir trabajo en cada rincón de aquella ciudad y no paró hasta que, dos días después, encontró un trabajo de camarero en un pequeño bar en el centro. Buscar piso tampoco fué muy dificil, antes de despedir a sus amigos, a los que veía al final de cada día entre caras largas y de asombro, ya había encontrado un pequeño estudio en una de esas oscuras callejuelas del barrio del albaycín. Un pequeño estudio destartalado que le pareció la mejor de las mansiones, ya que estaba tan solo a tres pasos de la mejor de las vistas. Solo tenía que doblar una esquina para sentarse en una sucia escalera empedrada y ver al final del callejón( aunque fuera solo en parte por los altos muros a ambos lados de la calle ) la luna tras la alhambra. Y no era eso lo mejor, sino que aquello era un remanso de paz, casi nadie pasaba por aquella callejuela durante el día y menos aún pasada la media noche, nadie se atrevería a aventurarse en un lugar así sin esperar ser abordado en alguna esquina. Pero él no tenía miedo, al igual que no tenía miedo cuando se sentaba en las frías rocas a observar el mar, sin pensar que un golpe furioso de éste en forma de ola, podría haberlo hecho desaparecer y nadie se habría dado cuenta, ya que aparte de esos amigos que estaban acostumbrados a verle esporádicamente, Jordi no tenía familia... O eso creía, porque hacía tanto tiempo que no pensaba en ella que, hasta ese momento en el que pensó en el mar, que estaba convencido que estaba completamente solo, pero en aquel momento algo le vino a la cabeza, como una vieja película en blanco y negro, solo que aquello no era una película, parecía demasiado real y, además, él estaba allí...
Él estaba allí, frente al mar, frente a un mar gris, casi negro, con olas pequeñas pero furiosas, olas llenas de dientes que alargaban su recorrido por la arena intentando llegar hasta él. Él era un niño, apenas tenía 5 años y estaba tan paralizado de terror que no podía huir de las olas, que se acercaban cada vez mas. Tras él, un hombre y una mujer le miraban y reían. Sabía que reían porque les oía reir, ya que era imposible saber nada por sus rotros, ya que estos estaban completamente borrosos, como difuminados, así que era imposible saber su expresión. Pero él sabía quienes eran, lo sabía muy bien...
Un ruido le despertó de golpe de ese trance en el que había entrado, sentado en aquella escalera. No sabía bien lo que era, oyó pasos, risas y, de repente, cristales rotos...
Dos jóvenes bajaban por el callejón, acababan de romper un litro de cerveza vacío y, mientras uno de ellos sacaba el siguiente de una mochila, el otro miró a Jordi con desprecio y, sin decirle una sola palabra, le instó a apartarse de la escalera, apuntándole desafiante con un porro de marihuana y haciéndole gestos con la otra mano.
Jordi estaba aún medio aturdido, acababa de tener una visión de su infancia y se dió cuenta que no recordaba nada de su niñez en aquel preciso instante. Solo sabía una cosa, aquellas dos figuras que vió en el mar eran sus padres, estaba seguro de aquello. Solo había una cosa mas de la que fuera consciente, y era de la rabia y el dolor que llevaba dentro, aunque no sabía porqué... Volvió a mirar a la alhambra e intentó seguir pensando, pero los jóvenes no le ignoraron igual que él a ellos y uno de ellos le puso el pié en un hombro y le preguntó si tenía algún problema.
En aquel momento, Jordi intentaba volver a reencontarse con su película y, al no poder, sintió un arrebato de furia que le hizo levantarse y, sin saber muy bien como, levantó al primer joven por encima de sus hombros y lo lanzó escaleras abajó y, antes de que el segundo pudiera siquiera reaccionar, le cogió por el cuello con su mano izquierda, poniéndolo contra la pared y empezó a golpearle con la derecha una y otra vez hasta que sintió que su mano dolía de manera casi irresistible, entonces paró y oyó las voces del primer chico que, agarrándole por detrás, intentaba que dejara de golpear a su compañero mientras lloraba suplicándole que parara ya.
Soltó al chico, que cayó al suelo como un saco de arena. Afortunadamente respiraba, aunque eso a Jordi le daba igual, pero pudo salir de allí con ayuda de su amigo. Ambos se alejaron de allí y, ya a una distancia prudencial, tacharon de loco a Jordi, que volvió a sentarse en la escalera. Se miró la mano, llena de sangre, con cara de incrédulo, era la primera vez que tenía una pelea, no recordaba haber pegado a nadie nunca, pero sin embargo, había respondido a la agresión como si lo hubiera hecho toda la vida, como si fuera un auténtico profesional...
Volvió a relajarse, a mirar a la alhambra y se volvió a encender su particular proyector interno. Y volvió a ver la playa, las feroces olas y la extraña pareja. Pero ya no estaba aterrorizado por las olas, sino que se enfrentaba a ellas y, aunque cada mordisco de sus dientes de espuma le hacían sangrar y retorcerse de dolor, él disimulaba y se tragaba su dolor y su rabia intentando que ellos no vieran lo que sentía. Y así, poco a poco, él se iba alejando de las olas, venciendo la resistencia del mar y se iba acercando a ellos.
Si que tuvo una familia, o al menos sí que conoció a sus padres, pero su recuerdo estaba tan escondido y era tan doloroso y lejano que ni siquiera años de observar el oleaje lo habían dejado salir y, fué allí, en medio de aquel mar de paz, donde, en mitad de una pequeña tormenta, se había obrado el milagro. Había vuelto a nacer, había recordado a sus padres, en los que no pensaba desde... ¿Nunca...? A sus ventitantos, había tenido una vida tan tranquila que nunca se había parado a pensar en ello. Tenía amigos, tuvo alguna relacción mas o menos importante, pero siempre le había faltado algo, algo que le impedía acercarse a la gente. Volvió a concentrarse y siguió pensando... Volvió al mar, a sus padres, al dolor... Lo que vería a partir de ahí quizás le ayudara a explicarse qué había pasado, en qué punto había perdido el rumbo. Y volvió a comenzar la proyección:
Ya no había mar, lo había dejado atrás, ya no había risas, solo silencio, ya no había caras, porque las había cortado... Sus padres no se movían, yacían en el suelo de una blanca cocina en mitad de un charco de sangre, juntos, cabeza con cabeza, y él les observaba mientras seguía arañando sus caras una y otra vez con un cuchillo, intentando borrar de sus caras cualquier rasgo humano...
A partir de ahí, todo se torna blanco. Las paredes, las batas de médicos y enfermeras, las sábanas... Las paredes del albaycín, las luces que iluminan la alhambra... La espuma del mar... Las nubes... La calma...