sábado, 30 de mayo de 2009

El pozo


Era el tercer aniversario de Rafa como guarda forestal y estaba encantado con su trabajo: Largas caminatas por el bosque, lejos de la civilización, cuidando de aquella bella montaña en la que se había criado y conocía tan bien, no podía imaginar nada mejor, estaba hecho para aquello. Tenía algunos problemas con algunos furtivos de la zona, pero en aquellas tierras todos se conocían y solía salir bien de las pocas situaciones en las que tuvo disputas con ellos, solían respetarle ya que era bastante querido por todos, los que venían de fuera, eran otra historia, pero muy poco común, solo una vez había estado realmente asustado, allí arriba, solo, sin teléfono (aparte de la dificultad para encontrar cobertura, Rafa no era muy amigo de las nuevas tecnologías), descubrió a dos desconocidos acechandole mientras él seguía a distancia a un tercero que portaba una escopeta, pero no le fué dificil despistarles e ir en busca de la guardia civil, a él no le gustaba meterse en líos.
Aquella mañana aparcó el Land Rover junto a su cabaña de vigilancia, preparó su mochila para una larga caminata y salió sin un rumbo fijo, no tenía nada especial que hacer, por lo que decidió subir a algún punto alto y disfrutar de un día en la montaña con un buen bocadillo y la compañía de su perro, desde arriba echaría un vistazo a posibles zonas de riesgo de incendio, ya que el aire venía cada vez mas seco aquel verano. Se echó la mochila a la espalda y empezó a caminar, tan solo dos horas mas tardes estaba perdido de cualquier rastro de civilización.
Pasó aquella primera noche en su pequeña tienda de campaña en un claro no lejos del nacimiento del río, en una zona conocida por algunos turistas de montaña, los pocos que se atrevían a aventurarse tan dentro de la montaña, muy pocos pasaban mas allá, ya que era fácil perderse en aquellos bosques si no se era un auténtico experto en aquellas tierras. Pero Rafa continuó su marcha al día siguiente, se adentró en el bosque buscando un viejo sendero que él mismo había marcado en su primer año como guarda forestal con pequeñas señales apenas visibles en las cortezas de algunos árboles y que solo él conocía, al final de aquel sendero estaría a los pies del pico mas alto de la montaña, a media tarde estaría ya subiendo la montaña.
A mitad del sendero, a la altura del viejo roble donde estaba la quinta señal escuchó un ruido extraño, un grito ahogado en mitad del bosque, como si fuera un animal atrapado en el fondo de un profundo agujero. Se dirigió hacia allí y descubrió un montón de tierra tras un árbol que parecía haber sido removida hacía poco tiempo, como si alguien hubiera enterrado algo allí en los últimos días. Se acercó al lugar y, sacando una pequeña pala de su mochila, empezó a cavar, con calma pero con determinación, hasta llegar a una especie de chapa metálica en el fondo de aquel terreno.
Separando con cuidado la arena, se descubrieron a la luz los bordes de lo que parecía ser una puerta, con un grueso alambre atado en la parte de apertura a modo de candado.
A medida que se iba acercando a aquella puerta, los gritos se hacían más y más fuertes y fueron acompañados de golpes sobre bajo la puerta desde el momento en que la tocó, como si alguien luchara por salir desde el otro lado, alguien que pedía ayuda una y otra vez, con voz ronca y desgastada, como si llevara gritando durante un largo periodo de tiempo, incluso días se podría decir.
Pero Rafa seguía impasible, sabía que perder los nervios nunca traía nada bueno, por lo que respiró hondo y siguió en su propósito de abrir la puerta. El alambre era mas resistente de lo que pensaba, por lo que no era fácil deshacer el rudimentario nudo que impedía que se abriera la puerta, por lo que tuvo que ayudarse de la pala para romperlo a golpes por cada una de sus partes. Para martillear en la pala sobre el alambre, se cubrió la cara con un pañuelo, ya que se encontraba en mitad de un agujero polvoriento levantando arena a cada golpe y todo ese polvo se acumulaba en su cara, pegándose a su sudor e impidiéndole respirar con comodidad.
Al fín, logró romper el duro metal que bloqueaba la puerta y pudo, por fín, tirar de la anilla hacia arriba. Al abrir la puerta descubrió una pequeña escalera que bajaba hasta una pequeña cavidad escavada en la tierra, justo debajo del viejo roble, bien apuntalada por fuertes vigas de madera. Dentro de aquel pequeño zulo, alguien chillaba sin parar, pidiendo ayuda a gritos y tirando piedras hacia la entrada con el fin de hacer mas ruido.
Rafa sacó su linterna y se identificó como guarda forestal, con voz calmada para intentar dar seguridad y tranquilidad al asustado morador de aquel extraño lugar, algo que fué recibido con un llanto de alegría entre lágrimas y agradecimientos. Rafa se asomó al agujero y vió a un joven de apenas 10 años tirado en una sucia colchoneta al fondo del zulo, atado a cadenas que salían desde la pared y acababan en gruesos grilletes que apretaban sus muñecas, aunque, de alguna manera, su muñeca izquierda, que estaba llena de sangre, había logrado salir liberando una mano, con la que se ayudaba para tirar piedras contra la puerta metálica de su pequeña prisión.
Se acercó hacia él poco a poco diciéndole que no se preocupara, que ya no estaba solo, intentando suavizar el ataque de nervios que tenía ante sí, el chico sujetaba una piedra en su mano izquierda, amenazante, con los ojos inyectados en sangre.
Cuando el chico al fín rompió a llorar dejándose caer sobre sus rodillas, soltando la piedra de su mano para tenderla hacia el guarda forestal, éste se acercó a él y le abrazó. Con mucha calma, acarició su cabello y dejó que el chico se desahogara llorando sobre su hombro y, una vez sintió que el chico se relajaba, apretó su mano izquierda sobre el cuello del pequeño y poniéndole la linterna en la cara, haciendole así perder la orientación le dijo:
"Seguro que pensaste que lo conseguirías, pequeño cabrón, pero esto solo hará que disfrute más aún castigándote por joderme la cadena..."
Apretó la mano izquierda del muchacho contra la pared, la volvió a meter en el grillete y, ayudándose de un trozo de alambre, volvió a atar al chico de tal manera que no pudiera moverse. Le tapó la boca con el mismo pañuelo con el que se habia cubierto la cara y, mientras se desabrochaba los pantalones le dijo sonriente:
"Vamos a jugar... Otra vez..."

2 comentarios:

SILVIA dijo...

Joder Monchito, me he quedado absorta en cada una de tus p[alabras. Duro, no te parece? Espeluznante relato tio. Solo me han faltado Grissom y su equipo, jji!!. El proximo, por favor, que sea mas esperanzador. Igualmente mi ehorabuena por superarte en cada relato. Mil besitos!!

NERIM dijo...

UFFFFFFFF,todavía tengo los pelos de punta...
Tus historias nunca pasan inadvertidas, pero ésta se clava en el sentimiento (al menos en el mio).

Muy bien contada, como siempre, pero el cuerpo que m'a dejao, no me gusta ná de ná.

Para cuándo algo alegre??
Que se note el Jumento que llevas dentro!!!

Besotesssssss