sábado, 2 de mayo de 2009

El mar en Granada







Desde que Jordi llegó a Granada, supo que era su sitio. Estaba cansado de Barcelona, de su ajetreo diario. Era camarero en un pequeño restaurante y, la verdad, no se podía quejar, la vida no le había tratado demasiado mal. Su trabajo no era lo que él esperaba hacer, siempre soñó con ver mundo, quizás navegar, trabajar en un crucero, por ejemplo, donde conocería miles de sitios y de personas que le encantarían, sin tener necesidad de engancharse a ellas, porque Jordi era un tipo solitario, le encantaba la soledad. Sentirse solo, para él era sinónimo de sentirse libre, por eso le encantaba sentarse frente al mar al atardecer siempre que podía, y para ello, tenía un lugar especial, un lugar solitario donde nadie le molestaba, el único ruido era el de las olas golpeando las rocas. Podía estar allí durante horas, sin pensar en nada en especial, solo él, su tranquilidad y el sonido relajante del mar. No podía imaginar nada mejor.
Siempre fué tímido, le costaba relaccionarse con la gente, y más aún entablar amistad y confiar en las personas. Tenía muchos amigos, algunos muy buenos, pero le conocían lo poco que él les dejaba ver. Soy abierto con quién quiero, solía decir, bromeando cuando alguien le recriminaba por ese escudo que parecía llevar encima constantemente. De hecho, fueron sus propios amigos quienes le llevaron a Granada, en una de esas escapadas locas durante un puente de Mayo.
Cinco jóvenes y un único objetivo, conocer Granada y Granadinas en cantidad, disfrutar la ciudad de día y de noche, vivir cada momento como si se acabara el mundo al día siguiente. Pero algo pasó en ese viaje, algo pasó en Jordi desde el primer momento que pisó la ciudad, Granada le atrapó. Le atrapó con ese encanto especial que tienen pocas ciudades, que son capaces de hablarte sin tener que decir una sola palabra, sin hacer un solo gesto, con susurros cautivadores, como los del mar, susurros de paz y promesas de calma, besos de olores y caricias de sensaciones en cada rincón. Estaba como poseído.
Eso, por supuesto, pasó poquito a poco, como pasan las cosas especiales. La primera impresión fué caótica, como en cualquier otra ciudad. Cinco amigos cargando las maletas en un autobús lleno de gente, que se adentra dentro de una ciudad desconocida, con tanto cemento como otra cualquiera, pero ya entrando en el centro, aquellos edificios coloreados empezaron a mirarle, se sentía observado por la ciudad.
La primera noche fué bastante divertida, alcohol y tabaco en abundancia, y mas alcohol, y mas tabaco, y cosas en el tabaco, y mujeres entre el alcohol... Aquello prometía, pero entonces apareció ella... Y eso lo cambió todo.
Ella era enorme, grandiosa, preciosa. Nunca había visto nada parecido. Sandra le llevó hasta allí, al menos así creo que se llamaba. Aquella chica morena de acento divertido y voz sensual fué quien se la mostró. Salieron del bar y le propuso ir a verla, a ver la Alhambra, al mirador de San Nicolás, en plena noche, para que la viera iluminada. Él, por supuesto aceptó, ya que sabía que tras esa invitación había una segunda intención, no solo iban a ver monumentos, o al menos, no todos serían de piedra... Pero cuando la vió, quedó tan prendado ante ella, que casi se olvidó de todo lo demás, incluso estuvo a punto de fastidiar su fin de fiesta en su primera noche loca en Granada.
Tomaron una cerveza de lata degustando aquella vista, él apenas pudo articular palabra, ella incluso llegó a pensar que se había llevado al mas freaky... Pero al fín consiguió hacerle reaccionar y acabaron en un pequeño cuarto, en una pequeña cama, de una pequeña casa que ella compartía con otras estudiantes no muy lejos de allí. Él seguía prendado por lo que había visto, empezaba a darse cuenta de lo que le pasaba, había encontrado un mar en mitad de la ciudad, o quizás fuera la ciudad la que estuviera sumergida en aquel mar... Había un pueblo en mitad de aquella ciudad, un barrio de casas blancas y pequeñas calles empedradas encastrado en mitad de aquella ciudad de tráfico loco y fiesta contínua, era como una isla desierta llena de paz en medio de un océano con olas furiosas y llenas de peligro desde la que se divisaba el más bello de los faros. Nunca había sentido nada igual, en aquel momento supo, que nunca más saldría de allí, que había encontrado su sitio.
Los siguientes días fueron de transición, ya que él tenía muy claro lo que quería y, aunque sus amigos le tacharon de loco, él se dedicó a pedir trabajo en cada rincón de aquella ciudad y no paró hasta que, dos días después, encontró un trabajo de camarero en un pequeño bar en el centro. Buscar piso tampoco fué muy dificil, antes de despedir a sus amigos, a los que veía al final de cada día entre caras largas y de asombro, ya había encontrado un pequeño estudio en una de esas oscuras callejuelas del barrio del albaycín. Un pequeño estudio destartalado que le pareció la mejor de las mansiones, ya que estaba tan solo a tres pasos de la mejor de las vistas. Solo tenía que doblar una esquina para sentarse en una sucia escalera empedrada y ver al final del callejón( aunque fuera solo en parte por los altos muros a ambos lados de la calle ) la luna tras la alhambra. Y no era eso lo mejor, sino que aquello era un remanso de paz, casi nadie pasaba por aquella callejuela durante el día y menos aún pasada la media noche, nadie se atrevería a aventurarse en un lugar así sin esperar ser abordado en alguna esquina. Pero él no tenía miedo, al igual que no tenía miedo cuando se sentaba en las frías rocas a observar el mar, sin pensar que un golpe furioso de éste en forma de ola, podría haberlo hecho desaparecer y nadie se habría dado cuenta, ya que aparte de esos amigos que estaban acostumbrados a verle esporádicamente, Jordi no tenía familia... O eso creía, porque hacía tanto tiempo que no pensaba en ella que, hasta ese momento en el que pensó en el mar, que estaba convencido que estaba completamente solo, pero en aquel momento algo le vino a la cabeza, como una vieja película en blanco y negro, solo que aquello no era una película, parecía demasiado real y, además, él estaba allí...
Él estaba allí, frente al mar, frente a un mar gris, casi negro, con olas pequeñas pero furiosas, olas llenas de dientes que alargaban su recorrido por la arena intentando llegar hasta él. Él era un niño, apenas tenía 5 años y estaba tan paralizado de terror que no podía huir de las olas, que se acercaban cada vez mas. Tras él, un hombre y una mujer le miraban y reían. Sabía que reían porque les oía reir, ya que era imposible saber nada por sus rotros, ya que estos estaban completamente borrosos, como difuminados, así que era imposible saber su expresión. Pero él sabía quienes eran, lo sabía muy bien...
Un ruido le despertó de golpe de ese trance en el que había entrado, sentado en aquella escalera. No sabía bien lo que era, oyó pasos, risas y, de repente, cristales rotos...
Dos jóvenes bajaban por el callejón, acababan de romper un litro de cerveza vacío y, mientras uno de ellos sacaba el siguiente de una mochila, el otro miró a Jordi con desprecio y, sin decirle una sola palabra, le instó a apartarse de la escalera, apuntándole desafiante con un porro de marihuana y haciéndole gestos con la otra mano.
Jordi estaba aún medio aturdido, acababa de tener una visión de su infancia y se dió cuenta que no recordaba nada de su niñez en aquel preciso instante. Solo sabía una cosa, aquellas dos figuras que vió en el mar eran sus padres, estaba seguro de aquello. Solo había una cosa mas de la que fuera consciente, y era de la rabia y el dolor que llevaba dentro, aunque no sabía porqué... Volvió a mirar a la alhambra e intentó seguir pensando, pero los jóvenes no le ignoraron igual que él a ellos y uno de ellos le puso el pié en un hombro y le preguntó si tenía algún problema.
En aquel momento, Jordi intentaba volver a reencontarse con su película y, al no poder, sintió un arrebato de furia que le hizo levantarse y, sin saber muy bien como, levantó al primer joven por encima de sus hombros y lo lanzó escaleras abajó y, antes de que el segundo pudiera siquiera reaccionar, le cogió por el cuello con su mano izquierda, poniéndolo contra la pared y empezó a golpearle con la derecha una y otra vez hasta que sintió que su mano dolía de manera casi irresistible, entonces paró y oyó las voces del primer chico que, agarrándole por detrás, intentaba que dejara de golpear a su compañero mientras lloraba suplicándole que parara ya.
Soltó al chico, que cayó al suelo como un saco de arena. Afortunadamente respiraba, aunque eso a Jordi le daba igual, pero pudo salir de allí con ayuda de su amigo. Ambos se alejaron de allí y, ya a una distancia prudencial, tacharon de loco a Jordi, que volvió a sentarse en la escalera. Se miró la mano, llena de sangre, con cara de incrédulo, era la primera vez que tenía una pelea, no recordaba haber pegado a nadie nunca, pero sin embargo, había respondido a la agresión como si lo hubiera hecho toda la vida, como si fuera un auténtico profesional...
Volvió a relajarse, a mirar a la alhambra y se volvió a encender su particular proyector interno. Y volvió a ver la playa, las feroces olas y la extraña pareja. Pero ya no estaba aterrorizado por las olas, sino que se enfrentaba a ellas y, aunque cada mordisco de sus dientes de espuma le hacían sangrar y retorcerse de dolor, él disimulaba y se tragaba su dolor y su rabia intentando que ellos no vieran lo que sentía. Y así, poco a poco, él se iba alejando de las olas, venciendo la resistencia del mar y se iba acercando a ellos.
Si que tuvo una familia, o al menos sí que conoció a sus padres, pero su recuerdo estaba tan escondido y era tan doloroso y lejano que ni siquiera años de observar el oleaje lo habían dejado salir y, fué allí, en medio de aquel mar de paz, donde, en mitad de una pequeña tormenta, se había obrado el milagro. Había vuelto a nacer, había recordado a sus padres, en los que no pensaba desde... ¿Nunca...? A sus ventitantos, había tenido una vida tan tranquila que nunca se había parado a pensar en ello. Tenía amigos, tuvo alguna relacción mas o menos importante, pero siempre le había faltado algo, algo que le impedía acercarse a la gente. Volvió a concentrarse y siguió pensando... Volvió al mar, a sus padres, al dolor... Lo que vería a partir de ahí quizás le ayudara a explicarse qué había pasado, en qué punto había perdido el rumbo. Y volvió a comenzar la proyección:
Ya no había mar, lo había dejado atrás, ya no había risas, solo silencio, ya no había caras, porque las había cortado... Sus padres no se movían, yacían en el suelo de una blanca cocina en mitad de un charco de sangre, juntos, cabeza con cabeza, y él les observaba mientras seguía arañando sus caras una y otra vez con un cuchillo, intentando borrar de sus caras cualquier rasgo humano...
A partir de ahí, todo se torna blanco. Las paredes, las batas de médicos y enfermeras, las sábanas... Las paredes del albaycín, las luces que iluminan la alhambra... La espuma del mar... Las nubes... La calma...

2 comentarios:

NERIM dijo...

Joder Monchito, cada vez me dejas peor.
Y ésta vez con ganas de más.
Qué le pasa y pasó a Jordi? No lo demores mucho que me puede la impaciencia y la curiosidad.
Te has planteado publicar un libro?
Yo te lo publicaría sin pensarlo, lástima que no soy editora, pero sí que tengo contactos...
Ahí te lo dejo, por si algún día quieres.
Genial tu blog, cada capítulo te engancha más.
Un besazo jumento.

Anónimo dijo...

De dónde habrá sacado este escritor lo de "abierto con quien quiero"...??? Es buenísimo!!!! Jejejejeje!!!

Bastante buenas las dos historias que me he leído hasta ahora.