domingo, 26 de junio de 2011

Persiguiendo la tristeza





Hoy soy feliz persiguiendo la tristeza, aunque tu no lo entiendas, hoy revivo un poco sintiendo que me muero, o que otros mueren, o quizás vuelvan a vivir. No lo sé muy bien, solo sé que que hoy, me he vuelto a reencontrar con la tristeza, y me ha sentado bien. He vuelto a ver unos ojos tristes y me han traido recuerdos del pasado, recuerdos agridulces: Un amor, una decepción, una ilusión, una esperanza, felicidad y dolor, abrazos y comprensión... sentimientos, al fin y al cabo. He vuelto a pensar en gente que hacía tiempo no recordaba, y la melancolía ha dibujado una cara triste en mi rostro, incluso ha estado a punto de hacerme llorar, algo que ya casi no recordaba. Estoy triste, sí, y eso me hace tan féliz...


Sueño con llorar, con querer, con sentir... Al menos algo ha quedado claro dentro de esa tormenta de emociones que me acaba de arrollar, y es que soy una buena persona. He sentido rabia, dolor, incluso he tenido tentaciones de hacer daño muchas veces, pero no soy capaz. Soy un hombre sin sentimientos, sí, un hombre que anhela vibrar por dentro como hace tiempo que no lo hace, aunque sea para ponerse triste... Pero a diferencia de otros, yo no descargo mi rabia contra el mundo, solo sigo luchando por volver a él, y hoy, mi tristeza me demuestra que estoy un poquito mas cerca, asique voy a disfrutar de ella, si no te importa... Navegando en tristeza y soledad, igual que otros navegan en mitad del mar...


Si algún día llego a ella, te escribiré, para decirte, que soy feliz en mi tristeza.

martes, 15 de marzo de 2011

La vida desde el aire





Me desperté volando muy alto, un aire helado me acariciaba la cara y me tiraba del pelo suavemente, me masajeaba el pecho mientras cruzaba entre las nubes, descendiendo bajo ellas para ver el paisaje; un paisaje verde como no había visto nunca. Bajo mis ojos se extendía una selva tropical tan espesa que apenas se distinguía lo que había bajo los árboles, lo único que se veía claramente era un río que bajaba serpenteando desde lo alto de la montaña. Bandadas de pájaros de colores lo cruzaban de un lado a otro, como un arco iris viviente, mientras el río tomaba vida cuánto más me acercaba a sus aguas. El olor, el calor, la vida de aquel lugar... Era impresionante. Volé otra vez hacia arriba para retomar la perspectiva, me paré en el aire para contemplar aquel paisaje y lo que vi me impresionó tanto que pensé que nunca volvería a ver alto tan bello. Extendí mis brazos hacia las montañas, como si pudiera abrazarlas, y para mi sorpresa, mis brazos no eran brazos si no alas, y cuánto más grandes parecían mis plumas, mas pequeñas parecían las montañas. No me fue difícil rodearlas y estrecharlas contra mi pecho, lo hice con tanta fuerza que en poco tiempo el paisaje y yo fuimos una misma cosa.
Recuerdo que entonces pensé:
Nunca volveré a abrazar nada tan bello.

Entonces volví a despertar, esta vez en mi cama, con aquella música que sonaba en mi despertador todas las mañanas, una preciosa canción que me traía tantos recuerdos... Me estiré, me froté los ojos y al volver a abrirlos tu estabas allí, sentada frente a mi, mirándome con una sonrisa en los labios.
Buenos días mi amor, ¿Qué tal has dormido hoy?
No te contesté, solo te devolví la sonrisa y extendí mis brazos hacia ti, te rodeé con mis brazos y te estreché contra mi pecho mientras sentía tu pelo acariciando mi cara, tu olor inundando todos mis sentidos y tu cuerpo dando todo su calor al mío.
En ese momento, los dos nos fundimos en uno y pensé:
Me equivoqué...

lunes, 14 de marzo de 2011

Paraíso ondulado




Estoy sobre el puente, apoyado en la barandilla viendo el río pasar, observando como se van formando más y más olas que, lentamente, se alejan de mi vista.
Es algo que me relaja, ese movimiento ondulado, lento, repetitivo, me lleva a un estado hipnótico que deja mi mente completamente en blanco. Podría pasarme horas allí viendo las olas pasar, viendo como alguna rama perdida pasa lentamente bajo el puente y se pierde río abajo en su camino hacia el horizonte.
Llevo ya varias horas allí, sin pensar en nada, pero pronto mi cabeza me juega una mala pasada y vuelven los mismos pensamientos que me llevaron hasta allí. Violencia, horror, miseria...
Me veo a mi mismo, armado con un palo contundente, mi mirada está llena de odio, de rabia, de dolor. Persigo a alguien, siento el miedo en su cara, pero eso no me detiene. Le alcanzo y descargo contra él toda mi furia. La sangre corre por su cara, mancha toda su ropa, me salpica los ojos... Pero no me detiene.
Le veo tendido en el suelo, inmóvil, mientras pienso en lo que he hecho, en el porqué de tanta rabia, y le miro a la cara. Su cara me resulta familiar, aunque es difícil de reconocer con tanta sangre. Me sorprendo, me asusto, salto hacia atrás al descubrir que su rostro es el mío, no entiendo nada... ¿No soy yo quien golpea?
Corro buscando un espejo, pero es mi rostro el que vuelve a asomarse a él. Me miro extrañado y mi propia imagen me dice:
"Ya has matado al monstruo".
Esta vez el sobresalto es tan grande que mi mente sale de ese sueño enfermizo y vuelvo a la realidad de golpe, al puente, donde me encuentro agarrado a la barandilla, tenso, con el cuerpo rígido, las manos hinchadas de apretar el frío hierro y apoyado hacia delante, de puntillas, como si fuera a lanzarme en cualquier momento.
Una rama me hace concentrarme de nuevo en el río, las olas la arrastran lentamente muy cerca de la orilla, incluso parece que va a engancharse con la vegetación que entra en el río. Mi cuerpo se relaja, mi mente la sigue... ¿Conseguirá llegar hasta la línea del horizonte...?
Veremos...

domingo, 20 de febrero de 2011

Arrancando penas


Tiro de una cuerda anclada a la pared intentando arrastrar mis problemas conmigo, esperando que así queden atrás para seguir andando solo el camino.
Pero cuanto más tiro, más me doy cuenta que tengo un problema.
Quizás debería pedir ayuda, pero hace meses que no salgo de casa, tengo pánico a cruzarme con alguien y que reconozca lo que soy... lo que me pasa.
A veces me acerco a la puerta, agarro el pomo y me paso horas haciendo con que lo giro, pero al final, no puedo. Entonces me vuelvo al salón, al sucio salón, descuidado tras meses sin atención, abro un paquete de galletas y alguna lata, últimamente no como otra cosa... Lo haría si saliera...
Vuelvo a la pared, agarro la cuerda, completamente desnudo y vuelvo a empezar.

Tira!

Tira de ella y arranca tus problemas de cuajo.

martes, 25 de enero de 2011

¿Quién dice que no se puede?


Alguien se coló en mi casa, alguien con oscuras intenciones que llegó sin previo aviso y se coló por la ventana del salón, o al menos eso creo... La verdad es que no se exactamente en que momento entró en mi casa, en mi vida, en mi cabeza. Solo se que un día me di cuenta que estaba allí y que había llegado para quedarse.
Nunca le he visto físicamente, aunque siempre se donde se encuentra exactamente, a veces noto su respiración en mi nuca, otras veces oigo sus pasos por el pasillo, a veces incluso me susurra cosas al oído. Normalmente no le gusta hacerse notar, incluso a veces me acaricia tan suavemente que se diría que me está explorando, como si a sus ojos yo fuera un ser nuevo y misterioso. Cuando habla, sus palabras sueles ser dulces y apaciguadoras, suele susurrarme pequeñas cosas cuando nota que estoy irritable o intranquilo; se acerca a mi y me dice: "Tranquilo", o "no estás solo".
Ha sido mi apoyo durante meses, el hombro en el que apoyarme y llorar, siempre ha estado ahí cuando le he necesitado, siempre ha encontrado la palabra que necesitaba oír.
Hoy he decidido dar un paso más, he decidido pedirle que me ayude, que me acompañe; hoy debo hacer algo importante en mi vida y no he podido encontrar el valor para hacerlo yo solo, por lo que he pensado en él y en lo importante que sería para mi su apoyo.
He vuelto a casa, nervioso, pensando en la manera de pedirle que me acompañe, en cómo explicarle lo importante de su presencia a mi lado en un momento crucial en mi vida. Durante toda la mañana, mi cabeza ha estado intentando buscar la manera de solucionar mi problema primero y de pedir su ayuda después. Todo ha empezado en el banco, hace apenas unas horas, hoy he hablado con una amable gestora que me ha explicado que no hay nada que hacer, que en breve tendré que abandonar mi vivienda ya que los pagos hace tiempo que no están al día. No ha habido piedad, no han atendido mis ruegos, no han escuchado mis súplicas. Eso si, al menos, mañana podré hablar con el director de mi sucursal para explicarle mi situación.
Por eso necesito su apoyo, por eso es tan importante para mi que él esté conmigo, sentir que no estoy solo. Pero no quiero que piense que me aprovecho de él, quiero que venga como amigo, no a dar la cara por mi...
No me ha hecho falta explicarme, apenas he llegado a casa él me estaba esperando, apenas he abierto la puerta me ha susurrado al oído:
"No te preocupes, yo estaré contigo"
En ese momento he roto a llorar (otra vez), agradecido por haber encontrado alguien tan bueno y bondadoso en mi camino y, por primera vez, él se ha dejado ver...
Bueno, quizás decir que se ha dejado ver es decir demasiado, pero si que he sentido su presencia física de manera clara por primera vez.
Un ruido en la cocina me ha sobresaltado y al abrir la puerta he visto como un gran cuchillo se había situado en medio de la encimera, con la hoja brillando justo hacia la puerta, de manera que cegara mis ojos nada más entrar en la sala. Lo he cogido con mis manos y entonces me he vuelto a oír su voz, susurrándome al oído:
"Yo estaré contigo, sabes lo que tienes que hacer..."
Entonces me he sentido tranquilo, he dejado de llorar y por fin he vuelto a sonreír.
He dormido tranquilo, por primera vez en mucho tiempo y me he levantado animado, sabiendo que hoy se acabarían mis problemas, que ya no había de que preocuparse; él estaba conmigo...
Me he puesto mi mejor traje, he guardado el cuchillo dentro del periódico, junto a los papeles de mi hipoteca y me he dirigido a mi cita con la mejor de mis sonrisas.
Le he oído reír detrás de mi, se nota que él también viene contento...
Hoy va a ser un gran día...

sábado, 10 de julio de 2010

El pájaro de piedra


Me empeño en batir mis alas e intentar volar alto, pero cuanto más alto me lanzan tus calientes corrientes de aire, más pánico me entra a estrellarme contra el suelo. Cuanto más seguro me siento, más loco me vuelvo, cuanto más arriba vuelo, más bajo me siento.
Me empeño en batir mis alas e intentar volar alto, pero reparto puñados de plumas arrancadas de mis alas a todo el que mira al cielo. Cuanto más duele, más lo necesito, cuanto más caigo más errores repito, y poco a poco, al suelo me precipito.
Me empeño en batir mis alas e intentar volar alto, pero no llevo rumbo ni ruta, no se si subo o si bajo, no se si ir solo o contigo, no se si soy águila o grajo...
Me empeño en batir mis alas y volar alto aún sabiendo que no puedo, pero lo sigo intentando hasta estrellarme en el suelo.
Me empeño en batir mis alas y volar alto...

martes, 18 de mayo de 2010

La eterna lucha


Estaba sentado en una fría y ruidosa sala de espera, nervioso, con la cabeza llena de grillos; grillos que no dejaban de soltar chirridos en formas de palabras que rebotaban contra las paredes de mi cabeza volviéndose más y más molestos.
Cruzaba incómodas miradas con desconocidos que me clavaban sus ojos haciéndome sentir más y más incómodo, más y más diferente, más y más raro.
Necesitaba salir de allí, huir de ellos, pero parecía que no querían dejarme salir, estaban por todas partes, tapando la puerta, los pasillos, llevándose mi aire, invadiendo mi espacio. Me levanté y corrí hacia la puerta, empujando a un ser disfrazado de vieja inocente que se sentaba a mi lado.
Conseguí salir al pasillo y de repente me encontré solo, completa y escalofriantemente solo en un largo y blanco pasillo que parecía hacerse más y más profundo intentando alejar la salida, intentando encerrarme en aquel lugar, se movía tan rápido que pronto me di cuenta que no podría escapar, aquella puerta se iba cada vez más lejos, cada vez más deprisa. Pero no iba a volver con ellos, no me iba a rendir tan facilmente; eché a correr lo más rápido que pude, gritando con todas mis fuerzas intentando perseguir un imposible.
De repente vi algo al final del pasillo, pero no era una puerta sino una pared, una pared tan blanca como el resto del pasillo, pero con una diferencia al resto de paredes, en esta había un tubo estrecho que sobresalía y que estaba afilado en la punta, como una lanza.
No me iba a asustar, grité y corrí con más fuerza y, mientras me rasgaba la camisa aquel tubo empezó a clavarse en mi pecho, atravesando mi caja torácica y destrozando mi corazón para salir por mi espalda.
Sigo luchando, sigo empujando, clavándome aquella lanza de acero cada vez más, sintiéndome más y más vivo a cada paso.
Tengo la pared tan cerca...


viernes, 7 de mayo de 2010

Entonces llegaste tu


Tirado en mi cama mirando mi blanco cielo, los ojos cerrados, la mente abierta, poco a poco me voy dando cuenta de como se va volando todo lo que más quiero. Me pierdo entre olas teñidas de rojo sangre, que salpican mis paredes, mientras me enredo en las redes de fríos sueños cruzados enlazados con alambres. Luchando por salir a flote, pero no por respirar, peleo contra el bravo mar, buscando el calor de tu escote, que me acoge cual islote en el que volver a descansar. Y volver a ver cielo abierto, escapando de las redes, entre las cuatro paredes que me encierran en mi cuarto. Respiro hondo y vuelvo al mundo, a mi mundo blanco acotado en el que llevo tiempo encerrado entre sus blancos muros. Hoy supe que tu vendrías y mi mundo se abre y se alegra la luz tiñe las negras sombras de mis galerías. Me agarro con más y más fuerza, no quiero perder este tren, aunque me toque correr entre la tosca maleza. Hoy ya no quiero volar, ni encerrarme en mi agujero, se que si quiero puedo, y quiero y puedo esperar.

lunes, 1 de marzo de 2010

Miércoles de cenizas












Esperaba mi tren en la estación, aún tenía casi media hora hasta su llegada, por lo que esperaba tranquilo con un cigarro en una mano y un buen libro en la otra, aquella tarde leía una intrigante historia de Stephen King mientras apuraba las últimas caladas de mi cigarro alguien se acercó a mi desde detrás del banco donde leía tranquilamente y me susurró al oído suavemente pero con voz profunda:
"El próximo Miércoles morirás".
En un primer momento el sobresalto no me dejó reaccionar, allí estaba, de repente, en mitad de una estación de tren, leyendo una novela de misterio y un desconocido de voz profunda me soltaba aquello sin previo aviso. Cuando al fin reaccioné y me giré a ver quien me estaba gastando aquella broma pesada solo habían pasado un par de segundos, pero en ese poco tiempo no fui capaz de distinguir entre tanta gente a quien podía haber soltado aquella bomba que al principio me pareció algo incluso gracioso, pero pensado fríamente cada vez tenía menos gracia.
Al final decidí olvidar aquel incidente y olvidarme de él, por lo que decidí volver a mi lectura y volver a meterme en mi mundo de fantasía, pero pronto me di cuenta que aquel incidente no me dejaría volver a mi mundo de fantasía ni seguir con mi rutinaria realidad. Seguía leyendo mi libro cuando pronto algo me llamó poderosamente la atención: El silencio...
De repente, toda la estación (hablamos de miles de personas) estaba en silencio, un silencio absoluto, un silencio terroríficamente extraño; levanté la mirada de mi libro y vi como toda la estación me miraba fijamente. Y cuando digo toda la estación me refiero a "toda la estación". Juraría que incluso las paredes me miraban fijamente, al igual que las miles de personas que esperaban junto a los andenes: Los vendedores de periódicos, los pasajeros que antes corrían de andén a andén para cambiar de tren, los policías, los carteristas, los conductores del único tren parado en la estación... Todos me miraban fijamente y sus caras no eran la de personas congeladas en el tiempo, que era exactamente lo que estaba pasando, ya que el tiempo parecía haberse detenido, si no que todos me estaban mirando fijamente con una expresión que no sabría describir exactamente ya que no podría decir si era de rabia, odio o compasión, ya que todo eso podría caber en aquellas miradas, era como si todos supieran algo sobre mí de una manera tan cierta que no les importaba decírmelo con la mirada.
Yo, por supuesto, no sabía a qué venía todo aquello. De hecho, aquella escena me impresionó tanto que no esperé a coger mi tren, si no que tuve que salir corriendo de aquella estación "acojonado" completamente ante aquella escena dantesca. Al llegar a la salida de la estación decidí girarme a mirar atrás, en un último intento de convencerme que aquello era real, todo el mundo había vuelto a su actividad normal. Los trenes volvían a entrar y salir de la estación mientras miles de pasajeros se movían a ritmo vertiginoso cambiando de un andén a otro sin pararse si quiera a ver lo que pasaba en la estación. Mi cabeza daba vueltas, creí por un momento que me estaba volviendo loco, por lo que decidí salir de allí y tomar algo en cualquier bar oscuro y solitario donde pudiera olvidar aquel estúpido rato de tormenta mental que acababa de vivir.
Mientras iba por la calle empecé a pensar en lo que había pasado, intentando explicar lo inexplicable de alguna manera, pensando de ese extraño suceso que había vivido en aquella estación no era otra cosa un episodio nervioso, una mala pasada de mi cerebro provocada, seguramente, por meterme demasiado en aquel libro de terror, seguro que mi mente se había metido tanto en aquella enrevesada historia que había confundido ficción y realidad.
Mientras pensaba aquello, andando con la mirada hacia el suelo y la mirada perdida, sentí otra vez esa extraña sensación de que todo el mundo me miraba. Levanté la cabeza y vi como todo el mundo me miraba. Esta vez no se había detenido el tiempo, como en la estación, nadie había dejado de andar o de realizar su actividad normal, pero al igual que en la estación todo el mundo me miraba, esta vez con una mirada burlona, como si supieran algo que no se atrevieran a contarme. Pero eso no era todo, de repente un trueno me hizo estremecerme, una fina lluvia comenzó a mojarme de arriba a abajo, una extraña lluvia que parecía salir de una pequeña nube de tormenta que me persiguiera a mí personalmente, nadie más parecía estar afectado por aquella repentina tormenta, como si el sol y las nubes convivieran en el mismo cielo seleccionando a quien alumbraba uno y mojaban las otras.
Empujé la puerta del primer bar que vi abierto y entré en un pequeño local oscuro, con solo dos personas dentro, el camarero y un solitario cliente al final de la barra. Me dirigí a un banco en la esquina de la barra y pedí una cerveza. El camarero me la sirvió con desgana y comentó:
Ahí tienes, disfrútala como si fuera la última...
El único cliente del bar (aparte de mi) soltó una carcajada burlona mientras repetía : "Como si fuera la última...jejeje"
No supe que responder, levanté mi cerveza y comencé a beber, estaba asustado pero en un momento de lucidez pensé en aquel hombre que me había susurrado al oído en la estación aquella terrible frase que ahora no me sonaba tan tonta como en aquel momento:
"El próximo miércoles morirás".
Intenté pensar quien coño sería aquel tipo y porqué me habría dicho aquello, pero por más vueltas que le daba no tenía ninguna idea de porqué me estaba sucediendo aquello. Era viernes por la tarde, acababa de salir del trabajo y me volvía a casa tras una semana de trabajo, de aburrido trabajo debería decir, con la idea de olvidarme un poco de la rutina y volver a mi casa, a mi pueblo, para relajarme y quizás salir a tomar alguna copa. Mi aburrido trabajo no tenía nada de relevante, no hacía nada que pudiera interesar a nadie, incomodar a nadie, crear enemigo alguno... ¿Quién podría tener algo en mi contra? Era un hombre simple, demasiado simple y aburrido como para que alguien se le ocurriera gastarme aquella broma pesada y mucho menos para intentar hacerme daño realmente.
Aún así, los minutos que pasé en aquel bar fueron una auténtica tortura, pasé los escasos minutos que estuve allí bebiendo mi cerveza intentando adivinar de qué hablaban el camarero y el misterioso cliente mientras me miraban con sonrisas burlonas.
Salí de allí y volví a aquella estación de la misma manera de la que había hecho el camino a aquel bar, perseguido por una nube de tormenta que parecía tener fijación conmigo y esquivando las miradas burlonas de la gente con la que me cruzaba por la calle. Volví a entrar en aquella estación y, esta vez, nadie se paró a mirarme, todo el mundo siguió con su vida normal, pero siguieron las miradas burlonas, la sensación de ser el centro de atención y la incomodidad que aquello conllevaba. Aún así, cogí mi tren y volví a mi casa, eso sí, en un triste y solitario vagón. Mientras todos los demás vagones estaban llenos de gente, como de costumbre, el mío estaba vacío y silencioso. No pude siquiera volver a meterme en mi libro ya que aquella situación me tenía completamente embelesado. Seguía sin creerme lo que estaba sucediendo, por lo que pasé los treinta minutos del viaje intentado adivinar que "cojones" estaba pasando en aquel vagón.
Volví a casa y pronto me dí cuenta que fuera de la ciudad, en mi propio pueblo, la gente seguía evitándome. En este caso no había sonrisas burlonas, no había esas miradas acusadoras que había en la ciudad si no que la gente me evitaba y las miradas esta vez eran de miedo, casi de pánico. Intenté acercarme a algunos de ellos, a algunos habitantes y amigos de mi pueblo, pero todos me evitaban y me hacían vacío. Finalmente, aturdido y confundido con todo aquello, decidí volver a mi casa y descansar, necesitaba dormir, olvidarme de todo aquello.
Al día siguiente, sábado por la mañana, desperté con la extraña sensación de haber tenido una horrible pesadilla, me levanté con un terrible dolor de cabeza y desayuné con calma: Zumo, tostada y aspirina. A las 10 de la mañana salí a la calle y lo que me encontré fue un paisaje completamente desolador, era como si un Dios (en el que nunca creí) enfadado con la humanidad, la hubiera borrado del planeta por completo, el pueblo estaba completamente desolado, no solo se veía a nadie si no que el pueblo entero estaba lleno de polvo, como si una explosión nuclear hubiera borrado todo resto de vida y hubiera dejado aquel pueblo completamente vacío durante muchos años.
Creí que iba a sufrir un ataque de nervios, no había explicación alguna para aquello, incluso llegué a pellizcarme como si intentara salir de un mal sueño, pero nada funcionaba. Entré en la farmacia del pueblo y yo mismo tuve que entrar y buscar tranquilizantes para intentar buscar un poco de paz que me dejara pensar con cierta nitidez, pero no me sirvió de nada, ya que nada cambió. Al final del día me sorprendí solo en casa, muerto de miedo, sin explicación alguna para todo aquello.
Finalmente, con ayuda de más tranquilizantes (mezclados con alcohol) fui capaz de meterme en la cama y dormir un poco, pero el domingo amaneció sin cambio alguno, por lo que decidí atrincherarme en casa e intentar, en vano, contactar con alguien por teléfono. No obtuve respuesta alguna, parecía como si el teléfono, radio y televisión fueran completamente inútiles, por lo que pasé domingo y lunes encerrado en casa, esperando que alguien me sacara de aquel mal sueño, con un profundo miedo metido en cada rincón de mi cuerpo, miedo que me arrastraba a la locura a cada minuto que pasaba sin saber que hacer.
El martes por la mañana decidí volver a la ciudad, pero en la vacía estación del pueblo no parecía haber señal alguna de que algún tren fuera a partir de allí, por lo que entré en el primer coche que vi con las llaves puestas (algo que no me fue difícil de encontrar) y me dirigí hacia la ciudad.
Tras media hora de conducción en la que no me crucé con ningún otro coche por la normalmente concurrida carretera. Mi miedo seguía creciendo a la vez que me acercaba a la ciudad; sabía que me iba a encontrar, pero en el fondo me negaba a aceptarlo. Finalmente llegué a la ciudad y allí se volvía a repetir la misma escena: Calles desiertas y oscuras, negras nubes cubrían el cielo, creando un extraño ambiente que no se podía describir ya que no se parecía a nada conocido, era una escena completamente apocalíptica, como si el mundo fuera a explotar en cualquier momento, o como si ya lo hubiera hecho...
Pasé todo el día recorriendo la ciudad sin encontrar explicación alguna, ni una sola pista de qué podría haber sucedido allí, ni si quiera en aquel pequeño bar donde el camarero y el misterioso cliente me miraban de forma burlona. Estuve allí tomando una cerveza pero en aquella ocasión me la tuve que servir yo mismo ya que, como era de esperar, no había nadie tras la barra.
Así pasé el martes, mi último día, recorriendo la ciudad y haciendo cosas que siempre quise hacer, ya que, en cierto modo, me había convencido que al día siguiente, el miércoles, llegaría mi fin, al igual que había llegado para el resto de los mortales. Entré en el centro comercial, bebí cerveza mientras jugaba a los bolos (solo, evidentemente), entré en el cine y vi una buena película que, evidentemente, yo mismo tuve que meter en el proyector. Incluso conduje coches de alta gana a toda velocidad por aquella triste y vacía ciudad. Finalmente, entré en el mejor hotel de la ciudad y pasé la noche en su mejor habitación. Por supuesto, no pude dormir, no paraba de pensar como sería mi fin, qué depararía aquel día para mi.
Finalmente, en un duro e implacable resplandor de lucidez, decidí acabar con mi vida a mi manera, no esperar a ver que había preparado para mi aquel Dios cruel, si es que era él el culpable. En realidad me daba igual si aquello era obra de un Dios, del destino o de lo que fuera. Me pareció gracioso burlar el plan del destino y quitarme la vida yo mismo, aunque solo fuera para llevar la contraria, solo faltaba buscar la manera de hacerlo, la manera y el valor, claro...
Decidí acabar donde todo había empezado, en la estación de tren. Caminé hacia allí, decidido a lanzarme a la vía, sin pensar que no había tren alguno que me pudiera atropellar. Al llegar allí y darme cuenta de mi tonta idea, una carcajada me hizo caer al suelo en un delirio de risa y llanto que mezclaba risas burlonas con llantos de dolor y cansancio. De repente me di cuenta que estaba allí, solo y derrotado en mitad de una solitaria estación y no era capaz ni de acabar con mi triste vida. Aquello me hundió aún más, me hizo pensar en mi vida, no solo en lo que me estaba pasando en aquel momento, si no que en pocos segundos vi pasar toda mi vida delante mio, mis aciertos y mis fracasos, mis ansias de viajar, de vivir, de triunfar se enfrentaban a mi opuesta realidad, a mi trabajo anodino, a mi triste rutina, a mi vida tan "normal y aburrida".
De repente algo me decía dentro de mi que no podía fallar esta vez, que por una vez debía acabar lo que había empezado, debía encontrar una manera rápida y fácil de acabar con mi vida.
Corrí escaleras arriba y subí a la parte más alta de la estación con la idea de buscar una zona alta para saltar desde allí. Una vez que estuve arriba me entró el pánico, ya que no veía altura suficiente para llevar a cabo mi plan, me arriesgaba a partirme las piernas y acabar tirado e indefenso en mitad de aquella vacía estación. Quién sabe cuanto tiempo debería pasar hasta morir en ese caso, sería una terrible y lenta tortura.
De repente algo me dio una idea, los cables eléctricos que daban cobertura al tren de alta velocidad estaba a mi alcance en un simple salto, solo debía comprobar que estaban operativos. Arranqué un madero de un banco y lo lancé encima de los cables, lo que provocó un chispazo que confirmó que estaban operativos, acto seguido y sin pensar en lo que hacía, me lancé hacia los cables buscando mi destino.
La caída fue un largo y placentero viaje que, para mí, duró varias horas, aunque en realidad fueron unos pocos segundos. Mi salida del mundo no fue para nada dolorosa, es más, mi último recuerdo es una sonrisa, un pequeño pero intenso dolor apagaron mi vida, pero una sonrisa fue mi última expresión.
Ese fue el final, esa fue mi pequeña venganza contra el destino.

Aquel viernes por la tarde miles de personas vieron como aquel joven se lanzaba, sin explicación alguna, sobre los cables del tren de alta velocidad. Nadie se explica porqué lo pudo hacer, según testigos presentes en el lugar el joven se encontraba leyendo placidamente en un banco junto a un andén cuando, de repente, se levantó y subió las escaleras a toda velocidad y se lanzó al vacío mientras gritaba :



" Se acabó".



Es como si de repente se hubiera vuelto loco, nadie pudo ayudarle...





sábado, 20 de febrero de 2010

Maneras de ver la vida


Una joven paseaba por un parque de vuelta a casa, cruzando por mitad del parque dos personajes la observaban uno desde cada lado, sentados en un banco. A un lado, un anciano la miraba, añorando su juventud; desde el otro, un joven, porro y litrona en mano la seguía con la mirada mientras pensaba, que buena está...
La chica se perdió a lo lejos y los dos hombres se miraron y cruzaron una tímida y cómplice sonrisa como si los dos compartieran un mismo pensamiento, y en el fondo era cierto, en parte, ya que los dos tuvieron calientes pensamientos con la joven, por un momento los dos la vieron desnuda y se imaginaron con ella. Pero pronto otro pensamiento les invadió la cabeza y les devolvió a su dura y triste realidad.
El anciano, por un lado miró al joven tan pronto como ella se perdió y pensó con envidia:
Si yo tuviera su edad no la habría dejado escapar... Bueno, que coño, si yo pudiera volver a tener su edad podría tener a miles de chicas como esa, incluso mejores, al menos seguro que no volvería a estar solo, como ahora, no malgastaría mi vida quemándome en un trabajo de mierda, dejando de lado incluso a mi familia para llegar solo al fin de mi vida con una pensión de mierda que seguramente peligre con semejante panda de vagos teniendo que mantener el sistema...
Puto "jipi" drogadicto... Si yo pillara tus años...

Por otro lado, el joven apuraba su "cigarrito de la risa" y su litrona mientras pensaba:
Joder, que jacorra, pero claro, ¿Cómo se iba a fijar en mi una tía como esa? Sólo soy un puto "acabao" sin futuro ninguno, sin trabajo, sin casa, que depende de sus padres y que no vé visos de salir de ahí. Mira el puto viejo ese de enfrente, seguro que no ha tenido los mismos problemas que yo, seguro que no tiene que colocarse todos los días para no pensar en cortarse las venas día sí día también...
Después de venir al parque a ver el culo a las chavalitas y alegrarse la vista, seguro que se vá a casa y su mujer le está esperando con los brazos abiertos y el plato en la mesa. Ya quisiera yo llegar a su edad con ese plan de vida y esa salud...

Mientras, la chica llega a su casa, se planta frente al espejo y tras una leve sonrisa, rompe a llorar con todas sus fuerzas mientras piensa:
Nunca me veré guapa, he visto como me miraban y como sonreían, seguro que pensaban que estoy gordísima...


domingo, 24 de enero de 2010

Monstruos


Una tarde cualquiera en un parque cualquiera, me siento solo, en un lugar apartado y me dedico a observar a la gente pasar, sin pensar en nada especial, solo observando. A veces me imagino qué serán en su vida profesional y cómo serán en su vida diaria. Veo al hombre calvo que viste un elegante traje con una cara corbata y un maletín de cuero y me imagino a un amable comercial, o quizás a un director de entidad bancaria con un exquisito trato al público; amable y educado con sus clientes y compañeros. ¿Pero será igual cuando vuelva a casa o pagará su frustración por no poder contener sus malos pensamientos en el trabajo pegando a su mujer? Puede que tanta simpatía y tanta sonrisa forzada vayan acumulando horas y horas de odio escondido tras su amble sonrisa y todo eso salga en una tonta discursión familiar sobre lo poco hecho que está su filete un domingo por la tarde. O que pague su frustración engañando a su mujer con una puta barata a la que azota (o por la que se deja azotar) por 100€ por sesión.
No lo se... Tampoco me importa, pero se que le mataría.
Así paso mis tardes de domingo, imaginando una posible víctima a la que matar, alguien que merezca morir, aunque se, en el fondo, que nunca sucederá; que soy incapaz de ponerle la mano encima a alguien. Al menos de momento... Pero sueño con ello, sueño despierto, es mi mayor fantasía.
Sí, ya sé, pensáis que estoy loco, ¿Verdad? ¿Os habéis parado a pensar alguna vez en vuestras fantasías? ¿En las más profundas?
No lo creo.
A veces, en mis maquiavélicos planes no solo aparecen seres ruines y miserables que merecen un escarmiento, no soy ningún superhéroe frustrado tratando de imponer la justicia en el mundo, todo lo contrario, mi deseo es matar, ser el villano de la película, ser el monstruo que azota, el castigador. Me da igual si la víctima se lo merece o no, si sufrirá o no, si morirá o no... Quiero perder los escrúpulos, quiero saber que puedo ser cruel. Tan cruel como un asesino a sueldo, como un mafioso de la peor calaña; cruel como un banquero, sin escrúpulos como un usurero, quiero ser capaz de echarte de tu casa y mearme en tu sofá. Quiero quitarte a tus hijos y decidir que no eres lo suficientemente bueno para cuidarlos. Quiero robarte el coche por placer, quiero encerrarte para siempre y tirar la llave al río. Quiero ser quien decida si puedes o no adoptar, si mereces o no ese ascenso que te puede cambiar la vida. Quiero anular tu seguro médico, recetarte paracetamol si necesitas insulina, quiero apagar tu pulmón artificial. Déjame juzgar si tu mujer merece o no quedarse con tu casa y la custodia de tus hijos. Dame la clave de tu tarjeta de crédito para que decida cuánto dinero mereces. Véndeme tu alma a cambio de una hipoteca. Véndeme tu sangre a cambio de un bocadillo. Deja que dirija tu futuro, que hunda mi cuchillo en tu pecho, mi bisturí en tu vientre. Deja que cuide de todo lo que más quieres, que pasee a tu perro, que cuide de tus hijos. Déjame entrar en tus sueños.
Déjame ser normal...

sábado, 26 de diciembre de 2009

Oleaje


Asco, rabia e ilusión
se entremezclan con el viento,
historias de oscura pasión
en un mar de amor desierto.
Mar revuelto por las olas
que me arrastran sin razón
a pasar más y más horas
buscando tu corazón.
Mar rudo y bravo,
mar lleno de tormentas,
mar que me ha acorralado,
marea que al mar me adentra.
Mar puro,
mar frío y salvaje,
mar de fondo oscuro,
mar de fuerte oleaje.
Mar de oscuros abismos,
mar de fuertes corrientes,
mar que curte a sus hijos
haciéndoles aún más fuertes.
Hoy abandono tus aguas
gritando en contra del viento
que siempre te diré gracias
por dejarme seguir viviendo.
Hoy vuelvo tierra firme
sin olvidar lo que he sido,
sin olvidar que me diste,
estándote agradecido.
Cambio cantos de sirenas
y tu desierto oleaje
por tierras quietas y calmas
donde iniciar otro viaje.
Será un viaje agotador
con una sola salida,
regresar a su calor
y curar al fin mi herida.











miércoles, 16 de diciembre de 2009

Contra el río


Sus padres trabajaban en una pequeña granja en las afueras, junto al río. Allí nació a él, junto al río; ese río marcaría su vida para siempre. Solía ir allí con su padre a pescar desde muy pequeño, a la zona más próxima a la casa, donde el río no tenía mucha profundidad pero si que bajaba con mucha fuerza, por lo que siempre tuvo prohibido acercarse al río en solitario, aún así, lo hizo. Aquella aventura estuvo a punto de costarle la vida cuando apenas tenía 4 años; sus padres trabajaban en la granja cuando él se aventuró en el río, intentando nadar a contracorriente, como las truchas que pescaba junto a su padre, aquellas que le maravillaban con su fuerza al nadar río arriba desafiando su fuerza, solo que él no lo consiguió, la fuerza del río le arrastró y, por suerte, tras chocar con una piedra, le arrastró inconsciente hacia la orilla. Lo peor no fue el susto, ni el golpe, ni siquiera los dos días de hospital. Lo peor fue la bronca (cinturón en mano) que le echó su padre al volver a casa. Nunca lo entendió, si precisamente su padre era quién le había descubierto el reto. Aún así, no se rindió, en su cabeza quedó marcado aquel momento y se propuso luchar contra aquel río hasta derrotarlo. Durante muchos años nadó en aguas más tranquilas para ejercitar su musculatura y mejorar su habilidad en el agua, poco a poco se fue marcando metas mayores y a los 9 años ya nadaba en las mismas aguas que a punto estuvieron de quitarle la vida, eso sí, con una cuerda de seguridad atada a un árbol en la orilla y, por supuesto, siempre a escondidas de sus padres. A los 15 años, tras la muerte de su padre, no pudo esperar más. No sabía muy bien por qué, pero sentía que aquel río le desafiaba, sentía como le llamaba retándole a volver a luchar contra sus aguas. No se lo pensó dos veces, al volver a casa tras el entierro de su padre colgó el traje que su madre le había comprado para aquel día en el armario, se miró al espejo y durante unos minutos mantuvo la mirada perdida, tocó su imagen en el espejo y dijo: Tú puedes. Luego se fue al río. Se tiró al río desnudo, era un día frío, principios de primavera, incluso aún se podían ver picos nevados en algunas montañas a lo lejos, eso hacía que el río bajara helado y más bravo que de costumbre debido al deshielo, pero eso no le importó, sabía que tarde o temprano tendría que enfrentarse con él y aunque sabía que era una lucha injusta, casi imposible, no tenía miedo a plantarle cara, se sentía preparado. Nadó durante horas sin apenas avanzar, apenas podía mantener su posición en el río que le arrastraba con fuerza, afortunadamente, aunque bajaba con más agua que de costumbre, aún hacía pié en aquella zona, lo que le ayudaba a descansar apoyándose de vez en cuando en las piedras del fondo. Aún así, acabó exhausto y finalmente volvió a ser arrastrado por el río, con menos fortuna aún que la vez anterior. Otra vez estuvo a punto de perder la vida, varias fracturas en tobillo y brazo izquierdo le hicieron retorcerse de dolor tras luchar por volver a la orilla tras golpearse con las mismas rocas que le golpearon en su niñez. Esta vez consiguió salir él solo, aunque tuvo que gritar un buen rato, helado de frío, hasta que alguien le oyó y le llevó al hospital, donde pasó dos semanas hasta recuperarse y volver a caminar con dificultad. Su madre no se enfadó con él esta vez, pensó que la rabia le había cegado y le habría hecho hacer aquella locura, por lo que esta vez, al menos la vuelta a casa fue más tranquila. Eso sí, el río seguía corriendo por su cabeza, seguía llendo allí cada día y volvía a repetirse una y otra vez mientras lo miraba: Algún día volveré a por tí...

domingo, 6 de diciembre de 2009

Remendando velas



Cuando más ruge el oleaje, cuando menos fuerza tienes para remar contra la corriente, cuánto más te sopla el viento en contra acabando de destrozar tus velas, justo en ese momento en que te vuelves a plantear el tirar la toalla y dejarte llevar, es cuando la vida te recompensa por todo el esfuerzo que has hecho luchando para agarrarte a ella y te manda un soplo de esperanza. A veces, ese soplo viene en forma de viento a favor, otras veces en forma de abrazo cargado de amor, de beso pasional, de trabajo, de sonrisa, de billete...
Nunca sabemos como, pero de vez en cuando, la vida te manda un guiño cómplice y te recuerda que es bueno luchar, que no hay que rendirse; algo que te recuerda que vida no hay más que una y que no hay que desperdiciar el tiempo.

lunes, 30 de noviembre de 2009

domingo, 29 de noviembre de 2009

Heridas de guerra


Hoy te quiero contar
con todo mi sentimiento
que tengo ganas de cantar,
aunque se que aún no debo,
ya que aún debo librar
mil batallas contra el tiempo.
Algunas he de ganar,
de otras salir huyendo
y muchas otras perder
en un combate sangriento,
pero en todas lucharé
hasta quedar sin aliento,
porque la guerra es muy larga
y el enemigo muy fiero.
Me gustaría llorar,
sin embargo estoy riendo,
por fuera muestro alegría
mientras estallo por dentro,
mi sangre corre deprisa
extendiendo ese veneno
que me hiela el corazón
y esconde mis sentimientos.
Me he batido a muchos monstruos,
dragones llenos de fuego,
hombres llenos de maldad,
mercenarios del acero
me han intentado quitar
todo aquello que aprecio;
mi vida, mi libertad,
mi alma y hasta mi cuerpo,
mis ansias de oler el mar,
mis ganas de ver el cielo.
Algunos, sin rechistar,
me han ofrecido dinero
para poder comprar
cosas que yo no quiero,
pues ni el oro ni las joyas
valen la mitad del viento
que enfría mi duro rostro
mientras mece mi cabello,
ni el poderme despertar
donde, como y cuando quiero,
ni por supuesto llevarme
otra vez hasta tu lecho,
aquí es donde quiero estar,
aquí es donde yo me siento
tan libre para volar
como un pájaro entre el viento,
aquí es donde yo hallo
el descanso del guerrero,
aquí tengo mi hogar,
en el calor de tus pechos,
aquí quiero despertar
de todos mis dulces sueños,
y aquí quiero morir
cuando me llegue el momento,
aquí quiero que reposen
mi alma, mi espada y mi yelmo.
No quiero mirar atrás
he dejado un gran reguero
de sangre por el camino,
caminos lleno de muertos,
siempre he vuelto a caminar
escuchando los lamentos
de todos esos caídos
tras probar mi duro hierro.
Hoy he vuelto a soñar,
aunque dormir no puedo,
que me vuelves a abrazar
mientras me dices
te quiero.



Desde el andén


Un halo de misterio rodeaba toda la casa, una brisa fría la recorría invadiendo hasta el último de sus oscuros rincones haciendo olas en las cerradas cortinas que no dejaban pasar apenas luz al interior. Allí estaba él, sentado en un sillón, solo, en silencio, pensando en ella como cada día.
Hacía mucho tiempo que ella se había ido y el sabía que se había ido para siempre, pero cada tarde pasaba horas y horas sentado en aquel sofá, en aquella habitación oscura deseando que volver a tocar su pelo, a oler su fina piel, en besar sus bellos labios...
Hay trenes que solo pasan una vez en la vida y él sabía que el suyo hacía tiempo que había dejado su estación en un viaje sin retorno, un viaje al que él no se quiso sumar cegado por el miedo, por la carga de una vida que no le enseñó algunas cosas útiles para una vida plena si no solo las imprescindibles para vivir, o mejor dicho, para sobrevivir...
Un sofá como estación, un tren como sueño y un reloj roto como corazón; esa era su triste vida.
Aquel tren había pasado, la estación estaba vacía, triste, pero no muerta. Allí seguía él, esperando que un tren volviera a iluminar aquella estación y que alguien bajara de él con las herramientas que volvieran a poner aquel reloj en marcha.
O mejor aún, un día se levantaría, abriría las cortinas, las ventanas y sacaría la cabeza al exterior, volvería a disfrutar del viento, del olor de la hierba del jardín y de la preciosa vista de la avenida. Aquello abriría las puertas de la estación de nuevo, levantaría las barreras que impedían a la gente entrar a ella y el sonido de un otro tren haría vibrar sus vías.
Esta vez estaría preparado, ésta vez no dejaría pasar el tren.

viernes, 27 de noviembre de 2009

El dia después




Hoy me siento como si me hubieran arrasado por dentro, algo que se nota por fuera, claro, no hay más que ver con que cara me he levantado esta mañana. Hoy he vuelto a sentir la tristeza más profunda y mil y un fantasmas han recorrido mi cabeza volviéndome a recordar tiempos peores, aquellos tiempos en los que me sentía podrido por dentro, donde este blog era mi alimento diario y a la vez el cubo donde vomitaba mi desilusión y agonía. La única diferencia entre el tiempo pasado y ahora es que, poco a poco, voy descubriendo las armas que me permiten enfrentarme a esos fantasmas que tanto daño pueden hacer, atacando en lo más profundo de nuestro ser, tocando donde más duele, haciéndote sentir un cero a la izquierda. Y no hay más arma que contraatacar con sus mismas armas, levantándose cada mañana blandiendo el arma más poderosa que tenemos y que no es otra que nuestra propia autoestima, el saber que hay quien nos aprecia tal como somos, que cada uno de nosotros es un ser único y maravilloso, con algo especial que le distingue de los demás, con algo que le hace inigualable, insustituible.
Al final, lo que empezó como un día triste (nunca es fácil cuando acabas de perder un buen amigo) que amenazaba con no dejarme levantar de la cama ha cambiado a un día más, a otro día con sus cosas buenas y malas, a un día de limpieza en casa, siguiendo la rutina diaria, a un día de catálogo de juguetes para los sobrinos...
En resumen, hay que mirarse más al espejo y acostumbrarse a lo que hay, porque sea como sea, seguro que es maravilloso.

viernes, 20 de noviembre de 2009

Un niño en un rincón


La primera vez que le vi, solo en su rincón oscuro, me dio lástima, me pareció tan triste... Me acerqué hacia él y le pregunté si le pasaba algo solo me dijo: "Estoy solo" ¿Estás bien? Le pregunté. Y su respuesta fue: "Si, pero quiero estar solo" Me fui, con mucha pena, dejándolo allí, solo en su rincón oscuro, triste por no poder hacer nada por él, pero estaba claro que no quería que le molestasen. Al día siguiente volví y allí estaba otra vez, acurrucado en su rincón oscuro, solo, con la cabeza entre la piernas, pensativo, con aire triste. Me volví a acercar a él y le pregunté si podía hacer algo por él; su respuesta fue la misma del día anterior: "Estoy solo y así quiero estar" ¿Puedo sentarme a tu lado?, pregunté. "Si no me molestas... No tengo ganas de hablar", me dijo. Me senté a su lado, observándole. Al principio pareció molestarle, por lo que hice como él, agaché la cabeza, la metí entre mis piernas y así, en esa posición fetal, pasé un rato con él. Ninguno de los dos habló, pero no hizo falta, sentí su cariño sin cruzar siquiera una mirada con él, sentí su dolor, su soledad, su fuerza interior. Después de un buen rato a su lado, me levanté, me despedí de él y le dije: "Ha sido un placer conocerte, ¿Te importa si vuelvo mañana?" Levantó la vista y encogió los hombros, para mi sorpresa, una pequeña sonrisa se dibujó en sus labios, como si el comienzo de una amistad se acabara de encender. Fueron varios días los que pasamos juntos, cruzando pensamientos sin cruzar una sola palabra, solo alguna mirada fugaz muy de vez en cuando, incluso alguna pequeña sonrisa furtiva o un gesto de tristeza de vez en cuando. El primer día que me habló sin que yo le dijera nada me sorprendió tanto que casi se me escapa una lágrima, y eso que lo único que me dijo fue, con una sonrisa burlona: "Hoy llegas tarde". Aquella fue la primera vez que me hizo reír de verdad, la primera vez que sentí que teníamos algo especial, que por fin habíamos conectado como verdaderos amigos. Es más, como hermanos, como si nos conociéramos de toda la vida, de hecho, yo iba pensando en hacer alguna broma sobre mi retraso aquel día y parece que me leyera la mente. A partir de aquel día hablamos bastante más, no voy a decir que nos contáramos nuestras vidas, porque extrañamente ninguno de los dos teníamos curiosidad por saber del otro. Como he dicho antes, parecía que nos conociéramos de toda la vida, por lo que no teníamos nada que contarnos el uno del otro. Es más, un día me di cuenta que nos conocíamos, que nos conocíamos mucho más de lo que yo pensaba, por eso nunca hablábamos uno del otro, ni de nosotros mismos, por eso, después de tantos ratos juntos y tantos buenos momentos compartidos nunca nos habíamos preguntado ni siquiera nuestros nombres. El motivo era que no hacía falta, que ya lo sabíamos, aunque ninguno de los dos se había dado cuenta. Bueno, creo que él lo supo antes que yo, pero su timidez o simplemente su manera de ser le hizo dejar que fuera yo quien descubriera el porqué de nuestro encuentro, que no fue casual. Al fin me di cuenta de quien era él, al fin me di cuenta de quien era yo... Lo encontré, al fin lo encontré. Todos tenemos un niño interior, pero a veces estamos tan ciegos que no somos capaces de verlo ni teniéndolo delante. A mi me costó mucho tiempo darme cuenta de donde estaba, pero al final, después de muchos sueños y mucha paciencia, allí estaba, en su rincón oscuro, acurrucado, solo, triste... Ahora, sale bastante más, aún me siento alguna noche a su lado, entre sueños, a disfrutar de un rato de soledad, aunque ya hay mucha más confianza. Le abrazo si le veo triste, le limpio su llanto cuando necesita desahogarse, me río con él cuando juega, juego con él cuando me llama y, sobre todo, le dejo salir siempre que quiere, porque me encanta verle salir, jugar, disfrutar y reír. Cuando cae la noche, vuelve a su rincón, aunque ahora no es un rincón solitario y oscuro, tiene su tele, si la quiere, sus juegos, su luz y sobre todo, un gran amigo que le escucha, le entiende y le quiere como se merece.

jueves, 12 de noviembre de 2009

Agapornis papilleros




Cosas de la vida, un día va uno paseando tranquilamente por la calle y se encuentra un cartelito colgado de una farola en que le ofrecen "bonitos agapornis papilleros", ideales como mascota y mira por donde le da a uno por pensar (y es que cuando uno se aburre y tiene tiempo... malo malo). El caso es que me hizo gracia, mejor dicho, nos hizo gracia, porque iba acompañado de otra "pájara" de cuidado y nos hemos pasado el día entre bromas y chorradas a cuenta de algo tan simple como el nombre de los pajaritos, que nos ha parecido de lo más curioso, que si podíamos comprar la parejita y llamarlos Nacho y Lucía (por Vidal y Lapiedra), que si ponga un agaporni en su vida, etc... Pero lo mejor de todo es que, tras un día como otro cualquiera me he acostado y, como muchas otras noches, no podía dormir y he hecho un pequeño balance del día y no se me ocurre otra forma de definirlo que "perfecto". He aclarado un malentendido tonto con una gran amiga y creo que le he vuelto a sacar una sonrisa, eso ya me parece más que suficiente para alegrarme el día, he cotilleado un poco con otra buena amiga y me ha contado que todo le va más o menos bien, mis espectativas laborales parece que van cambiando... Al menos me llaman de vez en cuando, aunque sea para decir que no... Ya es algo... Y puede que pronto alguno diga que sí, lo cual es muy esperanzador. Me he reído como hacía tiempo que no me reía (sobre todo gracias a la "pájara" que mencionaba antes) y, sobre todo, me he dado cuenta de que me encuentro en un gran momento, féliz, contento, esperanzado y, aquí vienen lo mejor de todo, muy bien acompañado, así que aquí os dejo, os mando un abrazo, un besote de madera y me vuelvo a la camita, que me están esperando y, aunque no pueda dormir, no hay nada como acabar el día abrazado a alguien con quien encajas perfectamente... Por cierto, si alguien está pensando en regalarme un agaporni por mi cumpleaños, os diré que por muy bonitos que me parezcan, no me gusta tener pájaros, no hacen más que cagarse por todas partes y dar el coñazo desde que se despiertan... Donde esté un perrito que se quite un agaporni...