lunes, 18 de mayo de 2009

Volando alto


Abrí los ojos y me encontré volando, volando alto, muy alto. Tan alto que casi no se distinguía el suelo, al principio no veía mas que nubes, pero poco a poco, entre las nubes, empecé a distinguir montañas, bosques, agua...


Sabía que no era un sueño porque no recordaba haberme dormido, aunque, ahora qeu lo pienso, tampoco recuerdo quien soy ni que hago aquí, ni recuerdo que ha pasado antes de encontrarme en una caída libre desde una altura que no alcanzo ni a imaginar. Me asusto, creo que voy a morir, muevo los brazos y las piernas como si pretendiera volar como un pájaro, pero pronto me doy cuenta que hay algo más, algo extraño. No caigo, sino que vuelo, despacio... Incluso puedo controlar mi vuelo sin necesidad de hacer nada, me basta con pensarlo y me muevo hacia donde quiera. Miro hacia arriba, pero no veo nada aparte del cielo y las nubes. No tengo paracaídas, ni parapente, ni nada que controle mi vuelo. Ahora que lo pienso, tampoco veo mis manos por mas que las mueva. Intento ver mi cuerpo, pero no está ahí, soy completamente invisible...



¿Quién soy?



Solo estoy seguro de algo, siento paz, mucha paz. Me siento tan bien aquí arriba... No tengo frío, ni calor, ni miedo, ni dolor. No siento nada, solo paz y bienestar.



No sé que estoy sobrevolando, asique decido subir tan alto como pueda, intentando buscar una referencia. Comienzo mi ascenso entre las nubes a una gran velocidad hasta que no son mas que una mancha sobre una tierra tan lejana que las montañas son solo pequeñas arrugas sobre ella. Veo la costa, me dirijo hacia ella, quiero sobrevolar el mar.



Bajo hacia el mar y me acerco tanto a él que casi puedo tocar las olas. Me acerco a la costa y veo como los turistas toman el sol en la playa, una playa llena de "guiris".



Un latigazo sacude mi cerebro, como si un rayo me atravesara el cuerpo, entrando por mi pecho y subiendo hasta mi cabeza atacando hasta la última neurona. Pierdo la noción del espacio, pero no caigo al suelo, solo he perdido mi posición, pero sigo viendo la playa llena de guiris, guiris como yo...



Ahora se donde estoy, empiezo a recordar rapidamente. Miles de imágenes se abalanzan contra mí, como si un flash me sacudiera una y otra vez descargas de luz sobre mis ojos.



Estoy en Nerja, una localidad de costa al sur de España, en la costa de Málaga. Llevo años allí, desde que conocí a Carmen, una bella morena española que me conquistó y me robó el corazón. Yo soy John, John F. Cleaves (la F es de Ferdinand, simpre lo odié...), también me suelen llamar Juan el guiri, la gente suele ser bastante bromista por aquí. Llevo años viviendo aquí, mas de 10, casado con Carmen, soy dueño de un típico bar inglés donde otros guiris (como yo) vienen a ver el fútbol mientras se atiborran de cerveza. Pero todo esto no explica porque estoy sobrevolando la tierra en un cuerpo invisible y lleno de paz y energía, a no ser que haya muerto y esto es lo que venga después. Si es así, no está nada mal. Decido buscar a Carmen, necesito verla y, solo con pensar en ella mi cuerpo se mueve en su busca sin que yo tenga que hacer nada.



Paso sobre mi casa, pero no me detengo allí, seguramente haya salido a hacer compras o puede que incluso se dirija al bar a hacerme una visita. Pero no voy en dirección al bar ni a ninguna zona comercial, me dirijo hacia el Hospital.



Ella está allí, llorando, en un banco en un pasillo. Llora desconsolada y repite algo de manera ininterrumpida entre sus manos, que están juntas tapando su cara. Me acerco tanto que podría tocarla, intento hablarle, pero no puedo hacer ninguna de las dos cosas. No tengo manos, ni voz, no puedo hacer nada, solo escuchar. Repite mi nombre, eso es lo que hace, dice mi nombre una y otra vez. Quizás tuviera razón, quizás haya salido de mi cuerpo para no volver, pero no recuerdo como pasó. Intento recordar y voy al último sitio donde recuerdo haber estado, el bar.



El bar está cerrado (evidentemente, el dueño está volando por ahí, seguramente muerto), intento recordar lo que estaba haciendo la última vez que estuve allí y, solo con pensarlo, el bar cobra vida, como si el tiempo hubiera dado un salto hacia atrás, y me veo en la barra del bar, riendo, como siempre, hablando con clientes y amigos, tranquilo, disfrutando de una tarde en el trabajo sin agobios. Todo parece ir bien, allí está Fernando, un joven español que aprovecha el tiempo hablando en inglés conmigo y mis clientes siempre que puede. Una lección gratis de inglés, suele decirme, es muy buen chaval. También está Mark, otro habitual del local, el típico jubilado inglés que se vino a la costa y pasa mas tiempo en el bar que en su casa para evitar discursiones con su mujer. Yo hablo con ellos de fútbol, discutimos quién será el campeón de la champions league este año, los equipos ingleses están fuertes, pero el Barcelona hace muy buen fútbol. Es una conversación bastante tonta, pero nos ayuda a pasar la tarde entretenidos.



Suena el teléfono, pero no reconozco el número, asique no me molesto ni en contestar, es raro que me llamen al móvil desde un fijo que no conozco, muy poca gente conoce mi número, asique imagino que será una de esas llamadas que intentan ofrecerte alguna maravillosa oferta si te cambias de compañía. Al carajo.



Vuelven a insistir, pero vuelvo a colgar. Tras el tercer intento, pensé en poner el móvil en silencio, pero cuando fuí a hacerlo pensé que era extraño que insistieran tanto, asique decidí contestar.



Otra descarga sacudió mi pecho y mi cabeza recibió tal cantidad de energía que dejé de ver y oir durante unos segundos, esta vez incluso setín que caía al suelo. Al abrir los ojos ví el techo el bar, estaba cerrado, pero las luces seguían encendidas. Es raro, yo nunca hacía eso, siempre me aseguraba de dejar todo ordenado y bien apagado, pero aquello estaba hecho un desastre, como si me hubiera ido corriendo de allí. Y eso era lo que había pasado, porque en cuanto pensé en mí, salí disparado y me vi sobrevolando mi coche, mi voyager verde, que conducía a toda velocidad por las calles en dirección al hospital, repitiendo casi el mismo camino que había sobrevolado hacía unos minutos. No se que puede haber pasado para salir con tanta prisa, intento ver dentro de mi cabeza para ver que estoy pensando y veo preocupación, mucha preocupación. La llamada era de la policía, Carmen había sufrido un accidente de coche y estaba en el hospital, no se nada de su estado, solo que había sido un accidente grave y su estado era reservado.

Pero no puede ser... Acabo de ver a Carmen en el Hospital y era ella la que lloraba por mí, ¿Qué ha pasado después?

Veo como mi voyager llega al hospital y yo salgo corriendo sin siquiera parar el motor. Corro hacia información y pregunto con dificultad donde está mi mujer, me dicen que está en el quirófano y que aún no me pueden decir nada, solo que ha sufrido daños graves y que solo queda esperar.

Pasan los minutos y mi desesperación sube cada vez más. Discuto con el personal del hospital, necesito saber algo, y aunque intentan calmarme, mis nervios se enervan cada vez más.

Llega la madre de Carmen, intento hablar con ella pero se abalanza contra mí con rabia. Me dice que todo es culpa mía (nunca le caí bien), no para de llorar y de intentar golpearme, cree que Carmen ha sufrido el accidente tras discutir conmigo, algo que pasó hace un par de días pero que ya estaba solucionado.


Todo esto está acabando con mi paciencia, he empezado incluso a sentirme culpable sin saber por qué. No puedo estar en la sala de espera, su madre sigue histérica y gritando que me matará. Salgo a la calle, necesito un poco de aire, voy a dar un paseo. Después de hacer prometer a mi cuñada (mucho mas razonable que su madre) que me llamará si hay alguna novedad, me dirijo a la ciudad, necesito despejarme un poco y pensar, voy a andar junto al mar.

Estoy en el balcón de Europa, un precioso mirador en lo alto de un acantilado desde el que se ve una preciosa vista del mar, solo el mar, nada mas...

Y allí estoy, mirando al mar, pensando en que puedo perder lo que más quiero, sin dejar de llorar...

Miro hacia abajo y veo la furia de las olas chocando contra las rocas, empiezo a pensar en lo fácil que sería acabar con todo en ese mismo momento, superar el dolor. Sería incapaz de pasar por algo así, no me veo viviendo sin ella. Miro el móvil y, nada, no hay noticias. Me dejo caer...


Es una imagen curiosa, ver como tu cuerpo cae al vacío y perseguirlo a distancia. Mis ojos están cerrados, mi cara no es de miedo, es más bien como de relajación, como si me estuviera quitando un gran peso de encima o me estuvieran dando el mejor de los masajes. Las rocas están cada vez mas y mas cerca hasta que...


Otra descarga entra por mi pecho y, mientras sube hacia mi cerebro pienso si ya será demasiado tarde para mí, si ya estaré allí donde sea que se van los que dejan este mundo. Nunca he creído en el mas allá ni nada así, tampoco he tenido miedo a la muerte, pero ahora que lo pienso... Sé que ella salió del quirófano viva, asique me siento como un gilipollas por no haber podido esperar.

En un último intento desesperado me agarro a esa descarga que me está cruzando el cuerpo y me lleva directo a él, a mi propio cuerpo. Me veo tumbado en un quirófano, los médicos luchan por salvar mi vida. Tengo un aspecto terrible, estoy lleno de vendas, pero por lo que se vé, aún late un poco de vida dentro de mí. Por eso lloraba ella en el hospital. Ella consiguió salir de aquella, pero al despertar, se encontró con que el idiota de su marido estaba en coma porque no tuvo fuerzas para estar a su lado.

Me lanzo hacia mi propio cuerpo e intento golpearlo con todas mis fuerzas, no se si quiero entrar en él o partirme la cara por imbécil.

Siento otra de esas descargas, pero con una diferencia, esta vez el dolor es mas intenso, el fogonazo es mucho mas intenso y, de repente, todo se ha vuelto negro. Ya no puedo ver nada de nada, creo que esto va a peor...


Dos días después abrí los ojos y ella estaba allí. Mi recuperación es lenta, dolorosa y dura, pero merece la pena. A veces voy hasta el mirador de Europa, aunque me asomo con cuidado (broma de suicida...), me imagino que habría sido de mí si no hubiera volado hasta el hospital y la hubiera visto allí. ¿Habría tenido fuerza para seguir luchando? Nunca lo sabré... Tampoco sabré si lo que viví fué real o no, pero, por una vez, quiero creer que fuí tan valiente para luchar por lo que quería y que mi alma, espíritu, o lo que fuera que me hizo ver mi estupidez y me hizo volver, es el de un hombre fuerte.







1 comentario:

Anónimo dijo...

historia intensa donde las haya...