lunes, 1 de marzo de 2010

Miércoles de cenizas












Esperaba mi tren en la estación, aún tenía casi media hora hasta su llegada, por lo que esperaba tranquilo con un cigarro en una mano y un buen libro en la otra, aquella tarde leía una intrigante historia de Stephen King mientras apuraba las últimas caladas de mi cigarro alguien se acercó a mi desde detrás del banco donde leía tranquilamente y me susurró al oído suavemente pero con voz profunda:
"El próximo Miércoles morirás".
En un primer momento el sobresalto no me dejó reaccionar, allí estaba, de repente, en mitad de una estación de tren, leyendo una novela de misterio y un desconocido de voz profunda me soltaba aquello sin previo aviso. Cuando al fin reaccioné y me giré a ver quien me estaba gastando aquella broma pesada solo habían pasado un par de segundos, pero en ese poco tiempo no fui capaz de distinguir entre tanta gente a quien podía haber soltado aquella bomba que al principio me pareció algo incluso gracioso, pero pensado fríamente cada vez tenía menos gracia.
Al final decidí olvidar aquel incidente y olvidarme de él, por lo que decidí volver a mi lectura y volver a meterme en mi mundo de fantasía, pero pronto me di cuenta que aquel incidente no me dejaría volver a mi mundo de fantasía ni seguir con mi rutinaria realidad. Seguía leyendo mi libro cuando pronto algo me llamó poderosamente la atención: El silencio...
De repente, toda la estación (hablamos de miles de personas) estaba en silencio, un silencio absoluto, un silencio terroríficamente extraño; levanté la mirada de mi libro y vi como toda la estación me miraba fijamente. Y cuando digo toda la estación me refiero a "toda la estación". Juraría que incluso las paredes me miraban fijamente, al igual que las miles de personas que esperaban junto a los andenes: Los vendedores de periódicos, los pasajeros que antes corrían de andén a andén para cambiar de tren, los policías, los carteristas, los conductores del único tren parado en la estación... Todos me miraban fijamente y sus caras no eran la de personas congeladas en el tiempo, que era exactamente lo que estaba pasando, ya que el tiempo parecía haberse detenido, si no que todos me estaban mirando fijamente con una expresión que no sabría describir exactamente ya que no podría decir si era de rabia, odio o compasión, ya que todo eso podría caber en aquellas miradas, era como si todos supieran algo sobre mí de una manera tan cierta que no les importaba decírmelo con la mirada.
Yo, por supuesto, no sabía a qué venía todo aquello. De hecho, aquella escena me impresionó tanto que no esperé a coger mi tren, si no que tuve que salir corriendo de aquella estación "acojonado" completamente ante aquella escena dantesca. Al llegar a la salida de la estación decidí girarme a mirar atrás, en un último intento de convencerme que aquello era real, todo el mundo había vuelto a su actividad normal. Los trenes volvían a entrar y salir de la estación mientras miles de pasajeros se movían a ritmo vertiginoso cambiando de un andén a otro sin pararse si quiera a ver lo que pasaba en la estación. Mi cabeza daba vueltas, creí por un momento que me estaba volviendo loco, por lo que decidí salir de allí y tomar algo en cualquier bar oscuro y solitario donde pudiera olvidar aquel estúpido rato de tormenta mental que acababa de vivir.
Mientras iba por la calle empecé a pensar en lo que había pasado, intentando explicar lo inexplicable de alguna manera, pensando de ese extraño suceso que había vivido en aquella estación no era otra cosa un episodio nervioso, una mala pasada de mi cerebro provocada, seguramente, por meterme demasiado en aquel libro de terror, seguro que mi mente se había metido tanto en aquella enrevesada historia que había confundido ficción y realidad.
Mientras pensaba aquello, andando con la mirada hacia el suelo y la mirada perdida, sentí otra vez esa extraña sensación de que todo el mundo me miraba. Levanté la cabeza y vi como todo el mundo me miraba. Esta vez no se había detenido el tiempo, como en la estación, nadie había dejado de andar o de realizar su actividad normal, pero al igual que en la estación todo el mundo me miraba, esta vez con una mirada burlona, como si supieran algo que no se atrevieran a contarme. Pero eso no era todo, de repente un trueno me hizo estremecerme, una fina lluvia comenzó a mojarme de arriba a abajo, una extraña lluvia que parecía salir de una pequeña nube de tormenta que me persiguiera a mí personalmente, nadie más parecía estar afectado por aquella repentina tormenta, como si el sol y las nubes convivieran en el mismo cielo seleccionando a quien alumbraba uno y mojaban las otras.
Empujé la puerta del primer bar que vi abierto y entré en un pequeño local oscuro, con solo dos personas dentro, el camarero y un solitario cliente al final de la barra. Me dirigí a un banco en la esquina de la barra y pedí una cerveza. El camarero me la sirvió con desgana y comentó:
Ahí tienes, disfrútala como si fuera la última...
El único cliente del bar (aparte de mi) soltó una carcajada burlona mientras repetía : "Como si fuera la última...jejeje"
No supe que responder, levanté mi cerveza y comencé a beber, estaba asustado pero en un momento de lucidez pensé en aquel hombre que me había susurrado al oído en la estación aquella terrible frase que ahora no me sonaba tan tonta como en aquel momento:
"El próximo miércoles morirás".
Intenté pensar quien coño sería aquel tipo y porqué me habría dicho aquello, pero por más vueltas que le daba no tenía ninguna idea de porqué me estaba sucediendo aquello. Era viernes por la tarde, acababa de salir del trabajo y me volvía a casa tras una semana de trabajo, de aburrido trabajo debería decir, con la idea de olvidarme un poco de la rutina y volver a mi casa, a mi pueblo, para relajarme y quizás salir a tomar alguna copa. Mi aburrido trabajo no tenía nada de relevante, no hacía nada que pudiera interesar a nadie, incomodar a nadie, crear enemigo alguno... ¿Quién podría tener algo en mi contra? Era un hombre simple, demasiado simple y aburrido como para que alguien se le ocurriera gastarme aquella broma pesada y mucho menos para intentar hacerme daño realmente.
Aún así, los minutos que pasé en aquel bar fueron una auténtica tortura, pasé los escasos minutos que estuve allí bebiendo mi cerveza intentando adivinar de qué hablaban el camarero y el misterioso cliente mientras me miraban con sonrisas burlonas.
Salí de allí y volví a aquella estación de la misma manera de la que había hecho el camino a aquel bar, perseguido por una nube de tormenta que parecía tener fijación conmigo y esquivando las miradas burlonas de la gente con la que me cruzaba por la calle. Volví a entrar en aquella estación y, esta vez, nadie se paró a mirarme, todo el mundo siguió con su vida normal, pero siguieron las miradas burlonas, la sensación de ser el centro de atención y la incomodidad que aquello conllevaba. Aún así, cogí mi tren y volví a mi casa, eso sí, en un triste y solitario vagón. Mientras todos los demás vagones estaban llenos de gente, como de costumbre, el mío estaba vacío y silencioso. No pude siquiera volver a meterme en mi libro ya que aquella situación me tenía completamente embelesado. Seguía sin creerme lo que estaba sucediendo, por lo que pasé los treinta minutos del viaje intentado adivinar que "cojones" estaba pasando en aquel vagón.
Volví a casa y pronto me dí cuenta que fuera de la ciudad, en mi propio pueblo, la gente seguía evitándome. En este caso no había sonrisas burlonas, no había esas miradas acusadoras que había en la ciudad si no que la gente me evitaba y las miradas esta vez eran de miedo, casi de pánico. Intenté acercarme a algunos de ellos, a algunos habitantes y amigos de mi pueblo, pero todos me evitaban y me hacían vacío. Finalmente, aturdido y confundido con todo aquello, decidí volver a mi casa y descansar, necesitaba dormir, olvidarme de todo aquello.
Al día siguiente, sábado por la mañana, desperté con la extraña sensación de haber tenido una horrible pesadilla, me levanté con un terrible dolor de cabeza y desayuné con calma: Zumo, tostada y aspirina. A las 10 de la mañana salí a la calle y lo que me encontré fue un paisaje completamente desolador, era como si un Dios (en el que nunca creí) enfadado con la humanidad, la hubiera borrado del planeta por completo, el pueblo estaba completamente desolado, no solo se veía a nadie si no que el pueblo entero estaba lleno de polvo, como si una explosión nuclear hubiera borrado todo resto de vida y hubiera dejado aquel pueblo completamente vacío durante muchos años.
Creí que iba a sufrir un ataque de nervios, no había explicación alguna para aquello, incluso llegué a pellizcarme como si intentara salir de un mal sueño, pero nada funcionaba. Entré en la farmacia del pueblo y yo mismo tuve que entrar y buscar tranquilizantes para intentar buscar un poco de paz que me dejara pensar con cierta nitidez, pero no me sirvió de nada, ya que nada cambió. Al final del día me sorprendí solo en casa, muerto de miedo, sin explicación alguna para todo aquello.
Finalmente, con ayuda de más tranquilizantes (mezclados con alcohol) fui capaz de meterme en la cama y dormir un poco, pero el domingo amaneció sin cambio alguno, por lo que decidí atrincherarme en casa e intentar, en vano, contactar con alguien por teléfono. No obtuve respuesta alguna, parecía como si el teléfono, radio y televisión fueran completamente inútiles, por lo que pasé domingo y lunes encerrado en casa, esperando que alguien me sacara de aquel mal sueño, con un profundo miedo metido en cada rincón de mi cuerpo, miedo que me arrastraba a la locura a cada minuto que pasaba sin saber que hacer.
El martes por la mañana decidí volver a la ciudad, pero en la vacía estación del pueblo no parecía haber señal alguna de que algún tren fuera a partir de allí, por lo que entré en el primer coche que vi con las llaves puestas (algo que no me fue difícil de encontrar) y me dirigí hacia la ciudad.
Tras media hora de conducción en la que no me crucé con ningún otro coche por la normalmente concurrida carretera. Mi miedo seguía creciendo a la vez que me acercaba a la ciudad; sabía que me iba a encontrar, pero en el fondo me negaba a aceptarlo. Finalmente llegué a la ciudad y allí se volvía a repetir la misma escena: Calles desiertas y oscuras, negras nubes cubrían el cielo, creando un extraño ambiente que no se podía describir ya que no se parecía a nada conocido, era una escena completamente apocalíptica, como si el mundo fuera a explotar en cualquier momento, o como si ya lo hubiera hecho...
Pasé todo el día recorriendo la ciudad sin encontrar explicación alguna, ni una sola pista de qué podría haber sucedido allí, ni si quiera en aquel pequeño bar donde el camarero y el misterioso cliente me miraban de forma burlona. Estuve allí tomando una cerveza pero en aquella ocasión me la tuve que servir yo mismo ya que, como era de esperar, no había nadie tras la barra.
Así pasé el martes, mi último día, recorriendo la ciudad y haciendo cosas que siempre quise hacer, ya que, en cierto modo, me había convencido que al día siguiente, el miércoles, llegaría mi fin, al igual que había llegado para el resto de los mortales. Entré en el centro comercial, bebí cerveza mientras jugaba a los bolos (solo, evidentemente), entré en el cine y vi una buena película que, evidentemente, yo mismo tuve que meter en el proyector. Incluso conduje coches de alta gana a toda velocidad por aquella triste y vacía ciudad. Finalmente, entré en el mejor hotel de la ciudad y pasé la noche en su mejor habitación. Por supuesto, no pude dormir, no paraba de pensar como sería mi fin, qué depararía aquel día para mi.
Finalmente, en un duro e implacable resplandor de lucidez, decidí acabar con mi vida a mi manera, no esperar a ver que había preparado para mi aquel Dios cruel, si es que era él el culpable. En realidad me daba igual si aquello era obra de un Dios, del destino o de lo que fuera. Me pareció gracioso burlar el plan del destino y quitarme la vida yo mismo, aunque solo fuera para llevar la contraria, solo faltaba buscar la manera de hacerlo, la manera y el valor, claro...
Decidí acabar donde todo había empezado, en la estación de tren. Caminé hacia allí, decidido a lanzarme a la vía, sin pensar que no había tren alguno que me pudiera atropellar. Al llegar allí y darme cuenta de mi tonta idea, una carcajada me hizo caer al suelo en un delirio de risa y llanto que mezclaba risas burlonas con llantos de dolor y cansancio. De repente me di cuenta que estaba allí, solo y derrotado en mitad de una solitaria estación y no era capaz ni de acabar con mi triste vida. Aquello me hundió aún más, me hizo pensar en mi vida, no solo en lo que me estaba pasando en aquel momento, si no que en pocos segundos vi pasar toda mi vida delante mio, mis aciertos y mis fracasos, mis ansias de viajar, de vivir, de triunfar se enfrentaban a mi opuesta realidad, a mi trabajo anodino, a mi triste rutina, a mi vida tan "normal y aburrida".
De repente algo me decía dentro de mi que no podía fallar esta vez, que por una vez debía acabar lo que había empezado, debía encontrar una manera rápida y fácil de acabar con mi vida.
Corrí escaleras arriba y subí a la parte más alta de la estación con la idea de buscar una zona alta para saltar desde allí. Una vez que estuve arriba me entró el pánico, ya que no veía altura suficiente para llevar a cabo mi plan, me arriesgaba a partirme las piernas y acabar tirado e indefenso en mitad de aquella vacía estación. Quién sabe cuanto tiempo debería pasar hasta morir en ese caso, sería una terrible y lenta tortura.
De repente algo me dio una idea, los cables eléctricos que daban cobertura al tren de alta velocidad estaba a mi alcance en un simple salto, solo debía comprobar que estaban operativos. Arranqué un madero de un banco y lo lancé encima de los cables, lo que provocó un chispazo que confirmó que estaban operativos, acto seguido y sin pensar en lo que hacía, me lancé hacia los cables buscando mi destino.
La caída fue un largo y placentero viaje que, para mí, duró varias horas, aunque en realidad fueron unos pocos segundos. Mi salida del mundo no fue para nada dolorosa, es más, mi último recuerdo es una sonrisa, un pequeño pero intenso dolor apagaron mi vida, pero una sonrisa fue mi última expresión.
Ese fue el final, esa fue mi pequeña venganza contra el destino.

Aquel viernes por la tarde miles de personas vieron como aquel joven se lanzaba, sin explicación alguna, sobre los cables del tren de alta velocidad. Nadie se explica porqué lo pudo hacer, según testigos presentes en el lugar el joven se encontraba leyendo placidamente en un banco junto a un andén cuando, de repente, se levantó y subió las escaleras a toda velocidad y se lanzó al vacío mientras gritaba :



" Se acabó".



Es como si de repente se hubiera vuelto loco, nadie pudo ayudarle...





3 comentarios:

SILVIA dijo...

te aseguro que su locura no llegó de repente. Algo así, se masca día a día, hasta que acaba dándote igual. Es triste preferír la muerte a la vida. pero creo que hay que echarle un par para acabar con tuvida tu mismo. eso, o estar absolutamente desesperado.
muy buen relato. Besos!!!

NERIM dijo...

Yo no podría acabar con mi vida, soy demasiado cobarde para hacerlo...

Un relato genial, como siempre.

Besos jumentosos.
Miren.

Monchito dijo...

Espero no poder yo tampoco...