viernes, 11 de septiembre de 2009

Tiempo


Nací en una pequeña localidad costera, en Costa Rica, y debo confesar que tuve bastante suerte porque nunca me faltó de nada en mi casa, mi familia no era rica precisamente, mi papá era policía y mi mamá profesora de derecho en la universidad, por lo que tuve una infancia bastante normal y la suerte de crecer alejado de muchos de los problemas que afectaban a los muchachos de mi edad desde muy jóvenes. Algunos acababan en las maras, bandas organizadas donde la vida era un bien que solía valorarse bastante poco, por lo que solía perderse pronto. Otros vivían en la mas absoluta pobreza y trataban de ganarse la vida con dignidad, pero apenas lo conseguían, por lo que o bien acababan metidos en problemas o intentaban emigrar al norte.
Yo tuve la suerte de evitar problemas y la gran fortuna de ser uno de los pocos elegidos que consiguieron una beca de estudio para Estados Unidos, un sueño hecho realidad para mí en aquel entonces. Sé que mis padres tuvieron bastante que ver en ello, no solo mi expediente académico, pero una oportunidad así no es fácil de rechazar. El hecho de tener familia en Nueva York también me facilitó bastante las cosas, el hermano de mi padre había emigrado allí hacía años y lo que comenzó como un pequeño negocio de comida latina ahora era un local bastante apreciado en la gran manzana, por lo que mi tío podía ofrecerme bastante apoyo en aquella caótica ciudad.
Mi aventura americana empezó bastante bien, me costó un poco acoplarme a aquel


caos de ciudad, pero enseguida, con ayuda de mis primos, conseguí hacerme un pequeño hueco en ella, buenos amigos y hasta una buena reputación en la universidad donde estudiaba derecho, siguiendo los pasos de mi madre. Todo iba perfectamente hasta que descubrí mi poder... Sí, mi poder, ya se que suena raro, pero siempre pensé que eran fantasías mías hasta descubrí que era verdad.
Empecemos por el principio, ya que es complicado de explicar. Desde muy pequeño siempre tuve la sensación de ser diferente a los demás, era el más rápido, el más fuerte y, a veces, tenía la sensación de jugar con ventaja sobre los demás, las pocas veces que me metí en problemas en el colegio escapé sin problemas, solo tenía que concentrarme y parecía que todo se movía más despacio a mi alrededor... Era una locura, por lo que nunca le di mayor importancia, siempre lo tomé como una fantasía infantil... Hasta aquella tarde...
Estaba bajando hacia el metro cuando ví como un hombre subía escaleras arriba con un bolso de la mano y una pistola en la otra. La gente se apartaba y le dejaba pasar, evidentemente nadie quería problemas con un loco con una pistola en la mano, pero yo le miré a los ojos y por un momento pareció que el tiempo se detuviera, o al menos se ralentizara, todo a mi alrededor se movía lento, muy lento, todo menos yo. Cogí su pistola, se la quité de la mano y le empujé escaleras abajo suavemente. Para mi sorpresa, mi pequeño empujón le mandó escaleras abajo con tal fuerza que parecía que le había arroyado un camión. Todo volvió a la normalidad, la gente me miraba sorprendida sin explicarse muy bien como había pasado todo. Ha sido todo tan rápido, repetían unos y otros a la policía que llegó al lugar, este chico se ha enfrentado al ladrón y, con una agilidad felina, le ha desarmado y le ha tirado por las escaleras.
No podía creerlo, aquel día me convertí en una especie de héroe de comic, pero las dudas empezaron a asaltar mi cabeza. ¿Qué había pasado en realidad? ¿Cómo había sido posible?
Empecé a esperimentar en mi habitación, lanzando objetos y ralentizando su movimiento y, para mi sorpresa, podía hacerlo, poco a poco empecé a controlar el tiempo. No de una manera absoluta, no podía detenerlo del todo ni controlar cuanto tiempo duraba la ralentización del mismo, pero siempre era lo suficiente como para lograr los pequeños objetivos que me marcaba.
Pensé en hablar con alguien sobre aquello, pero enseguida pensé que acabaría siendo una especie de rata de laboratorio y que me harían todo tipo de pruebas para ver como era posible aquello, eso en el caso que no me dieran por loco, claro. Así que decidí guardar el secreto y pensar en que podría utilizar aquel don que se me había concedido. Me veía como Flash, aquel superhéroe que corría como el viento, me veía en las olimpiadas, sorprendiendo al mundo, o con mi traje de superhéroe ayudando a la humanidad... Me veía haciendo tantas cosas...
Pero sí, como imaginais, cuando el ser humano tiene algo tan bueno, por lógica, tiene que estropearlo. Podría haber cambiado el mundo, podría haber ayudado a muchísima gente, pero en una simple tarde, tiré mi poder por tierra.
Aquella tarde me dirigía a casa, caminando, como siempre, disfrutando de aquellas locas calles de Nueva York donde te podías cruzar con gente de todo tipo, donde podías pintarte el pelo de rosa y pasearte en calzones que nadie te miraría mal, aquellas calles donde nadie conocía a nadie. Pero aquella tarde tuve mala suerte, dos tipos me empujaron a un callejón y navaja en mano me pidieron que les entregara todo lo que llevara encima, y yo, consciente de mi poder, consciente de que podía huir sin que siquiera se dieran cuenta o incluso enfrentarme a ellos sin que me tocaran un pelo, me crecí, tanto que decidí enfrentarme a ellos y darles un buen escarmiento, uno que no olvidaran nunca.
Golpeé al primero con tal fuerza que sentí como se partían sus costillas y esternón, noté incluso como su corazón se hundía bajo mi puño. Al otro, le quité la navaja tan rápido que no fué consciente de ello hasta que no vió clavada en su ojo. Por un momento me sentí como el hombre mas poderoso del mundo, había destrozado dos vidas en un momento y estaba orgulloso de ello, pensé que se lo merecían, que ellos se lo habían buscado, pero pronto me di cuenta de mi error.
Tenía un don, un don muy especial, se me había concedido un poder capaz de cambiar la historia de la humanidad y lo mejor que se me ocurrió hacer con él fue cargarme a dos chorizos de poca monta.
El gran universitario, el chico listo con superpoderes no era más que un fraude, un humano como otro cualquiera que se aprovechaba de su superioridad para pisotear a otros.
Aquello marcó mi vida, desde entonces nadie sabe de mí, mi familia me dió por desaparecido, hace años que no saben nada de mi, creen que soy una más de las tantas víctimas anónimas de esta caótica ciudad en la que sigo viviendo. Solo que ahora vivo aislado, paso horas y horas en Central Park, no me es dificil conseguir algo de comer para pasar el día, sigo controlando mi poder, cada vez más, pero desde aquella tarde he renunciado a él y solo lo utilizo para esconderme del resto del mundo y sobrevivir escondido ya que me considero un monstruo por lo que hice.
Pude cambiar el mundo, pude haber ayudado a tanta gente... Pero al fin y al cabo, mi poder no me hace más especial que a otros, sigo siendo un humano como otro cualquiera... O peor...

2 comentarios:

SILVIA dijo...

A veces, querido amigo, los dones son pesadas losas que joden nuestras espaldas primero, y nuestras vidas después.
Muy buen relato jumentillo.
Gracias por tu visita a mi vía.
Mil besitos!!!

NERIM dijo...

A ver mi niño, en la vida hay que jugársela y no siempre llevamos la carta ganadora.
Si tenias un poder, tarde o temprano lo ibas a utilizarlo de buena o mala manera.
La vida te puso enfrente la oportunidad de elegir y pensar, pero lamentáblemente ( o no), fuiste visceral, como en tu vida misma.
No hay que arrepentirse, asi que sal de Central Park y corre a buscar a los tuyos que estarán echándote de menos!!

He Dicho!

Mil besos