jueves, 27 de agosto de 2009

Una pequeña oración


Caminaba por la calle paseando mi tristeza, pensando en aquel amigo que acababa de perder hacía unos dias, pensando en la dureza de la vida que, en ocasiones nos juega malas pasadas cuando, de pronto, empecé a darle vueltas al sentido de la vida, a pensar en quién sería la mano cruel que maneja nuestro destino de manera tan implacable y decidí reflexionar a fondo sobre el tema.

Ví gente que salía de una iglesia y decidí entrar e intentar algo que nunca antes había hecho, hablar con Dios. Me senté en un banco, le miré a los ojos y empecé a hablarle sin saber muy bien que decir. Empecé por presentarme, ya que era la primera vez que me presentaba ante él desde hacía muchos años, continué explicándole que hacía tanto tiempo que no me veía por su casa porque hacía mucho tiempo que había perdido la fé y había dejado de creer. Le conté lo triste que estaba por la pérdida de mi amigo, lo enfadado que estaba con él por haber permitido que se fuera y, lo asustado que estaba porque cualquier otro día me podía tocar a mí. Entonces empecé a recordar antiguas historias que me contaban en mi infancia, historias sobre el cielo y el infierno, sobre el paraíso al que había que acceder tras una vida de sufrimiento y entrega a Dios. Entonces lo ví claro, perdí la fé años atrás porque aquel Dios no me ofrecía nada agradable, es más, llevaba un rato allí y ni siquiera me sentía escuchado, así que me levanté y me fui.

Al día siguiente entré en una mezquita, hablé con el Imán y le planteé mis dudas sobre la vida, sobre el mundo en general, le pregunté por su Dios y por sus planes sobre el mundo. Tampoco me contó nada nuevo, tampoco me convenció, salí de allí con la misma angustia por mi amigo perdido, con el mismo temor a la muerte, con las mismas dudas sobre un Dios capaz de aguantar tanta maldad en el mundo. Fueron varios dias experimentando, preguntando, pateando la ciudad y llevándome decepciones, una tras otra, en centros evangelistas, budistas, protestantes... Todos me ofrecían una misma idea envuelta en diferentes parrafadas. Una vida entregada a un Dios que lo único que me ofrecía era una vida después de la muerte, una reencarnación en vete a saber que y chorradas por el estilo que sonaban a inmortalidad, con lo aburrido que eso tiene que ser pasado un tiempo...

Al final, tanto darle vueltas al asunto, acabé en un bar y allí, un tipo desaliñado, con larga melena, un porro en la mano y una cerveza en la otra, me abrió los ojos. Yo soy mi Dios, me dijo, yo decido donde voy y con quien, a quien quiero y a quien no, si soy bueno o un cabrón desde que me levanto... Yo soy el dueño de mi vida, yo soy mi Dios. Brindamos por mi amigo una y otra vez, no nos hizo falta caliz ni rituales extraños, tampoco pasamos el cepillo al final (aunque no habría estado mal), y decidimos que nunca más nos pondríamos tristes por nada sin antes discutirlo entre cervezas en aquel templo de la reflexión.

Eso sí, algunas creencias si que deben perdurar, por eso, al volver a casa, recordando algunas de las creencias que me inculcaron en mi infancia, abrí una cerveza, cogí un lápiz y un papel y entre risas tontas y deseos incumplidos comencé a escribir:


Queridos reyes magos...

2 comentarios:

SILVIA dijo...

Comparto la filosofía de tu amigo el desaliñado del bar: Sólo uno mismo es dueño de él. Nosotros decidimos como, donde, cuando y porqué (al menos, así debería ser).
Yo, bajo el respeto, no comulgo con dioses, religiones, ni politiquillos. Yo creo en mi, e intento creer en el indivíduo como tal. Buen relato Monchito. Mil besitos!!! PD: Me gustaría recomendarte este blog: Memorias de un hippye (http://estoesunaralladakeflipas.blogspot.com).
Ëchale un vistacillo y ya me contarás. Bss!!!

NERIM dijo...

No tengo religión, no comulgo con nada, no hago caso más que de mi conciencia (acertada o no), pero tú por donde sí que tengo una adicción... TUS ESCRITOS.

Ya me dirás qué es eso que has leido y crees que es mío.

Besotessssss