miércoles, 12 de agosto de 2009

Mis pequeños amigos II


Fui feliz durante un año siguiendo el juego de mis pequeños compañeros de cerebro, llegó un momento en el que empecé a dudar de ellos, era tanto lo que esperaba de su compañía que en algún momento tenía que llegar alguna decepción, pero esa decepción fue tan grande...

Todo sucedió cuando al fin dimos el paso, el tan esperado paso siguiente. Al fin se decidieron a hacer algo con los objetivos marcados y, como esperaba, esos objetivos debían ser eliminados. La decepción fue cuando me comunicaron que no sería yo el encargado de hacerlo, que yo no tendría el valor suficiente para ejecutar a los objetivos. Pero lo peor es que me lo metieron de tal manera en la cabeza, que hasta yo mismo dudé de mi propia capacidad para hacerlo. Entonces fue cuando me di cuenta... Mi trabajo había terminado, de hecho, hacía tiempo que no los volvía a ver por lo que empecé a pensar que pronto se desharían de mi. Tenía que hacer algo y hacerlo rápido, agradecía su ayuda y que me sacaran del agujero en el que me había metido, pero ahora que estaba en mi mejor momento no podía dejar que se fueran así, dejándome tirado como a un perro en la cuneta, dejándome caer otra vez en el pozo. Decidí deshacerme yo de ellos, costara lo que costara, eso me daría fuerzas extra al saber que podía vencerles si quisiera, aunque no fue tan fácil como pensé en un primer momento.

Para empezar, opté por cerrarles las salidas, pensé que así aceptarían al menos dar señales de vida de nuevo, mojé dos trozos de algodón y me los introduje en los oídos lo mas profundo que pude, eso evitaría que entraran y salieran a su antojo. Pero, sorprendentemente, volví a verlos. No se cual fue su vía de entrada y salida, pero volví a verlos, es más, creo que el dejarse ver fue una especie de desafío, de recordarme que ellos podían hacer conmigo lo que quisieran, así que decidí ir un poco mas allá. Con los oídos y las fosas nasales tapados con algodones, me introduje en la bañera y me sumergí en agua caliente, respirando a través de un pequeño tubo para dejar mi cuerpo sumergido el mayor tiempo posible, al rato destapé oídos y nariz y dejé entrar algo de agua en ellos, aguanté todo lo que pude, hasta que acabé tragando agua, lo que me hizo salir tosiendo de la bañera, esperé un rato y... lo notaba, seguían allí.

Debía tomar medidas más drásticas, pero cada vez me resultaba más difícil pensar con claridad, mi impaciencia hacía brotar cientos de ideas, algunas de ellas incluso peligrosas, como trempanarme yo mismo, haciendo una incisión en mi cráneo para intentar llegar directo al cerebro y hacerlos salir, pero luego pensé en sus miles, quizás millones de galerías, donde podrían esconderse de mi, así que descarté la idea (taladro en mano, eso si). Opté por otra solución, no menos peligrosa (ni dolorosa), pero quizás más razonada (no por ello menos estúpida). Con un simple sacacorchos abrí un orificio en mi oído derecho y saqué todo lo que pude de el intentado hacer una buena puerta de entrada, mientras, mi oído izquierdo estaba tapado con algodón húmedo y cerrado con esparadrapo. Una vez abierta aquella vía, me rocié el agujero con alcohol, por supuesto introduje un buen espray mata mosquitos lo más dentro que pude y volví a introducir alcohol, esta vez mezclado con un poco de lejía, eso les haría daño, mucho daño, aunque no se si tanto como a mi. Fue la experiencia más dolorosa de mi vida, lo pasé realmente mal, incluso acabé la sesión desmallándome, pero esperaba que aquello les hubiera disuadido para salir de mi cuerpo.

Cuando me levanté, no estaba seguro si habría funcionado, pero estaba seguro de algo, necesitaba ayuda, aquello me estaba destrozando física y mentalmente, por lo que me decidí a contarle a mi médico, con pocas esperanzas de que me creyera, lo que me había sucedido.

Y aquí estoy, en este centro de salud mental, donde he aceptado voluntariamente mi ingreso (aunque fue forzado al principio) y donde me ayudan a intentar comprender lo que me sucedió, me curan mi maltrecho oído derecho por el que nunca volveré a oír y me intentan convencer poco a poco que aquello no fue más que un mal sueño y una mala racha que me provocó delirios paranoides.

Acepto mi tratamiento, hago todo lo que puedo por recuperarme: Tomo mi medicación, hago mucha relajación y no he vuelto a autolesionarme, por lo que creo que mi estado va mejorando poco a poco. Además, dentro de este centro la gente, dentro de sus excentricidades y problemas, es bastante buena, casi nadie aparece en mi blog de notas, solo un par de médicos y alguna que otra enfermera... Por lo que creo que pronto negaré todo e intentaré salir de aquí, si mi vida es marcar objetivos, tendré que asumirlo...

Aunque en el fondo, me apetece seguir luchando, puede que me quede un poco más...

5 comentarios:

Deborah dijo...

GENIAL!!! Dime que no es cierto!Esto es un cuento del gran Monchito el genio....Me encanto!Mil besos

Monchito dijo...

Muchas gracias Deborah, un abrazo.

Monchito dijo...

Por cierto Deborah, gracias por mi premio al blog de la verdadera voz de Monchito. ¿De verdad has tenido paciencia para leerlo completo? Si es así, eso ya es un gran premio para mi, besos.

SILVIA dijo...

Coincido con Deborah: GENIAL!!!!!!
Tus relatos me sorprenden cada vez más, eres un geniecillo. Y además, enhorabuena por tu MERECIDISIMO PREMIO. Me alegro de ver a Deborah por aquí, espero que sigas su blog porque es una maravilla. Mil besitos amigo Monchito!!!

NERIM dijo...

El relato genial, como todo lo que escribes.
El premio....¿qué premio? aquí creo que me he perdido.
De todas formas, enhorabuena!!!