miércoles, 14 de octubre de 2009

Escalando la montaña


Pasaba casi todas las semanas por aquel paraje, me encanta escaparme al campo siempre que puedo y esa pared vertical me tenía casi obsesionado. Nunca he hecho escalada, al menos a nivel profesional, por lo que nunca había visto la montaña de aquella manera, pero aquel día, sin saber muy bien por qué, me planté delante de aquella pared de unos 20 metros de altura, solté mi mochila y me dije: ¿Por qué no?
Sin ninguna seguridad, sin ninguna idea de escalada y sin saber muy bien por qué lo hacía, empecé a trepar por aquella pared con entusiasmo, como si me fuera la vida en ello. Vamos, que me lo tomé como si fuera una cuestión de vida o muerte, o al menos de superación personal.
Empecé tan entusiasmado que los primeros metros fueron bastante fáciles, aunque poco a poco empecé a darme cuenta que no era tan fácil como me había imaginado en un primer momento. Para empezar, empezaba a asustarme cada vez que miraba hacia el suelo, mis manos empezaban a doler por el esfuerzo de aferrarme a pequeñas grietas en la pared. También me di cuenta que mi calzado no era el mas adecuado para aquella aventura, pero bueno, que le iba a hacer, ya se me había metido en la cabeza subir aquella pared y no quería echarme atrás, además, casi era más difícil volver a bajar que seguir subiendo, aunque hubo bastantes momentos en los que me planteé seriamente dejarme caer o intentar como fuera porque empezaba a sufrir en todos mis músculos el esfuerzo de aquella aventura que cada vez me parecía más una tontería y me hacía plantearme seriamente mi salud mental... Vamos, que me sentía como un gilipollas por haberme metido en semejante lío. Pero cuanto más cerca veía la cumbre, más dulce me parecía aquel dolor que recorría todo mi cuerpo. Estando a medio camino tuve que detenerme unos minutos, aprovechando un saliente que me permitió apoyar mi cuerpo sobre mis pies con comodidad. Durante esos minutos que pasé apoyado en la pared descansando pensé en muchas cosas que no venían a cuento, pero claro, ¿En qué puede pensar uno cuando se ha subido, sin venir a cuento, a escalar una pared perdida en mitad del campo? Pues la verdad es que allí, con aquella maravillosa vista del valle a unos 10 metros de altura, el miedo te hace sentir un cosquilleo en el estómago por que te estás exponiendo a un riesgo innecesario, pero por otro lado, el estar allí subido sin más razón que demostrarte a ti mismo que lo puedes hacer también te da una sensación de poder y de seguridad en ti mismo que te puede ayudar a superar retos que en tu vida te habías siquiera planteado.
Por cierto, subí el resto de la pared (con dificultad, pero la subí) y al llegar arriba me sentí como si hubiera conquistado el mundo, aunque solo había subido una pequeña pared que, para cualquier iniciado en escalada, sería muy fácil, pero para alguien como yo que no lo había hecho nunca, fue algo para recordar. Durante 15 minutos estuve allí sentado, en lo alto de aquella pared, mirando el valle y sintiéndome como un gran héroe que hubiera conseguido un reto inigualable, aunque después de mis 15 minutos de gloria aparte de sentirme feliz y cansado, también me sentí un poco como un imbécil porque, entre otras cosas, abajo, en el valle, vi mi mochila tirada, esperando allí a que volviera a recogerla, pero, por supuesto, no iba a bajar otra vez por aquella pared, tendría que dar un gran rodeo para volver a por ella, perder un tiempo precioso dando la vuelta a la montaña y esperar que si algún alma caritativa pasaba por allí antes que yo no se la echara a la espalda...
Pues eso, que es muy fácil pasar de sentirse un héroe a un bobo en un solo segundo, pero, por otro lado, también se puede hacer al contrario...
Con pensar un poquito antes de hacer las cosas...

1 comentario:

SILVIA dijo...

Pero bueno...¿ qué haces ahí subido? Anda, baja ya, no te vayas a romper la crisma.
Como me ha gustado esta experiencia Monchito!!
De vez en cuando, no viene mal hacerse el tonto, no crees? Es divertido.
Mil besitos corazón!!!