domingo, 25 de octubre de 2009

Regreso al hogar



Mi nombre es Lusidio, viví en mi ciudad de nacimiento, mi amada Helmántica, hasta que fui detenido y acusado de traición por mi oposición abierta a la política del gobernador elegido por Roma para dirigir esta región con mano de hierro. Por esa simple discrepancia fui detenido y llevado hasta Roma en un carruaje de esclavos, encadenado y humillado, despojado de todas mis posesiones y con un destino bastante incierto.
Mi llegada a Roma fue bastante traumática, ya que la incertidumbre de mi castigo, el desprestigio de mi nombre y el trato como a un traidor a mi llegada a la ciudad ya fue bastante castigo para mí. Fui presentado ante las autoridades como un enemigo del imperio, como una amenaza para la estabilidad de mi ciudad, por lo que fui castigado a luchar por mi vida en el circo romano contra otros parias como yo, condenados también por otros motivos tan injustos como el mio propio.
Nunca fui un guerrero, aunque supe defenderme cuando tuve que hacerlo, por lo que fui bastante inseguro al circo, pensando que mi paso por la arena sería bastante fugaz y mi sangre se derramaría por ella rapidamente, no me imaginaba luchando por mi vida y menos aún para diversión del pueblo romano.
Sin tiempo apenas para pensar y descansar, entré en el circo romano y encerrado en una celda junto con otros "compañeros" de aventura. Nos despojaron de nuestras ropas y nos entregaron una pequeña túnica para que nos cubriéramos, de ahí fuimos llevados a una sala donde los "perdedores" del expectáculo anterior yacían ensangrentados, algunos de ellos desmembrados e irreconocibles. Fuimos obligados a elegir armas y armadura que arrancamos directamente de los fríos cuerpos de los muertos y nos vestimos para la función.
Saltamos a la arena entre vítores y aplausos; algunos lloraban, otros (como yo) temblaban de miedo, incluso alguno de ellos se hizo sus necesidades encima o fue incapaz de de andar ante su temblor de piernas, por lo que fue aniquilado directamente antes de salir ante el público.
De repente, me encontré en mitad de la arena, muerto de miedo, temblando y sin un enemigo claro, unos 10 luchadores estábamos en la arena, mirándonos unos a otros sabiendo que solo uno saldría de allí con vida y, aun así, su futuro seguiría siendo incierto.
Entonces dieron la señal, todos nos estremecimos y un gran luchador de color abrió el juego destrozando el hombro de otro luchador con una gran maza, sus gritos de dolor nos hicieron reaccionar a todos y vi como un pequeño luchador con barba venía hacia a mi con una lanza, por lo que realicé una acción evasiva y cuando falló su golpe me abalancé hacia él blandiendo mi espada y lanzando un ataque que resultó mortal para mi pequeño adversario; mi cara se salpicó de sangre, miré mis manos y miré a mi alrededor. Levanté mis manos y grité, grité con todas mis fuerzas, tan fuerte que los otros luchadores miraron hacia mi preguntándose que pasaba, entonces corrí hacia ellos y empecé una orgía de sangre y destrucción sin pensar siquiera lo que estaba haciendo, algo en mi interior creció y me hizo más y más fuerte, perdí mi miedo a la muerte y me centré en hacer lo que tenía que hacer: "Sobrevivir".
Una vez acabé con todos mis contrincantes me dirigí hacia el palco y, negando mi saludo al representante del emperador que ocupaba el trono, tiré mis armas al suelo y grité: SOY INOCENTE.
Por supuesto, este gesto no gustó a nadie, por lo que fui encerrado en los calabozos de la arena para repetir espectáculo al dia siguiente, eso si, 20 latigazos fueron mi único "premio" por mi gesta, mi victoria y rebeldía posterior.
Al dia siguiente, volví a repetir mis pasos: Elegir una armadura, un arma y un escudo, y paseo triunfal hacia la arena. Solo que esta vez ya iba preparado, los latigazos en mi espalda me recordaban que yo no estaba allí para defenderme de mis injusto castigo, nadie escucharía mi defensa, solo era un animal entrenado para animar al gran público. Por segunda vez, la furia se apoderó de mi y volví a ser el único luchador que acabó de pie en la arena. Volví al palco y volví a repetir mi gesto del día anterior, lancé mis armas a la arena y grité mi inocencia, añadiendo esta vez un insulto a la ley romana por mi injusto castigo.
Otros 20 latigazos calmaron mi furia antes de volver a mi frío calabozo, otra noche en un frío suelo de piedra y otro día comenzaba con las mismas expectativas del anterior.
Por las marcas en mi espalda, llevaba ya más de 8 días repitiendo la misma rutina una y otra vez, era difícil prestarle atención al tiempo cuando estabas tan ocupado tratando de salvar tu vida cada día y tratando de olvidar el dolor de los latigazos y las heridas de la lucha cada noche, llegó un momento en el que todo daba igual, no había un nuevo día, si no que se alargaba el anterior, o se repetía, no lo se muy bien. El caso es que aquel día el emperador en persona había ido a ver al fenómeno del momento, aquel luchador hispano que había sido capaz de sobrevivir más que nadie y, lo que es peor, había sido capaz de desafiar a la muerte desafiando al imperio romano poniendo en duda su justicia. Aquella tarde luché con más bravura aún que los días anteriores, no solo maté a mis "enemigos" si no que puse hincapié en hacer el mayor daño posible, en hacer sufrir y sangrar a mis contrincantes para darles exactamente lo que querían ver. Al acabar el espectáculo, volví a dirigirme al palco, pero esta vez, antes de que pudiera hacer mi reivindicación, la guardia del emperador me rodeó y me obligó a arrodillarme ante él. El emperador se levantó y se dirigió a mi para concederme un deseo, eso sí, debería luchar una vez más, una última tarde de sangre para ganar mi libertad y volver a mi tierra, ese sería mi premio, volver a mi vida anterior y recuperar mis posesiones.
Aquella noche no pude dormir, no hice más que pensar en que me esperaría en la arena al día siguiente, aún así, me sentía preparado, habían sido tantas tardes de lucha que me sentía fuerte para superar cualquier reto. Me levanté aquella mañana, comí lo mejor que pude e intenté no pensar demasiado en lo que me esperaba aquella tarde. Volví al cuarto de los cadáveres, escogí mi armadura y mi armamento y salté a la arena confiado en mi victoria. Aquella tarde era especial, muy especial, no lucharía contra otros gladiadores, si no contra soldados profesionales de la mismísima guardia del emperador, 6 hombres bien armados y organizados, acostumbrados a la lucha, serían mi prueba para ganarme mi libertad. Volví a sentir miedo, como la primera vez, pero pronto lo perdí, en cuanto vi que ellos sangraban igual que los demás. Una vez que maté al primero volví a sentirme invencible, como cada tarde, tanto que tiré mi escudo y me armé con una segunda espada que arrebaté al primer caído, lancé mi grito de guerra y corrí hacia ellos, que desorientados y sorprendidos por mi ataque perdieron a otro de sus compañeros.
Uno tras uno, los 6 guardias reales cayeron a la arena y derramaron su sangre, como todos los demás; levanté mis espadas al cielo y grité. La gente se volvía loca, aplaudían como locos y gritaban como yo. El emperador en persona se había puesto en pié para aplaudir y me pedía que me acercara al palco. Y eso fue lo que hice, me acerqué al palco, me arrodillé para escuchar al emperador y éste me dijo que, como prometió, era libre de volver a mi tierra, a mi casa, con mi familia. Me puse en pie y le pregunté que qué pasaba con mi honor, con mi nombre manchado con la sombra de la traición. Extrañado por mi petición y con un notable enfado me gritó que no tentara a la suerte, a lo que respondía tirando mis armas al suelo, maldiciendo la ley romana y gritando: Mañana volveré a la arena...

4 comentarios:

SILVIA dijo...

...Mañana volveré a la arena...
Es nuestro sino, volver una y otra vez. Y seguir luchando para sobrevivir día tras día.
Monchito... me ha encantado tu relato. Amenabar a tu lado, un pitufo!!!
Por cierto, ¿ Hay algo de autobiografía en todo esto ?
Te acabas de convertir en mi gladiador favorito, que lo sepassss!!!
Mil besazos!!!

NERIM dijo...

No sé si será cobarde por mi parte, pero yo no hubiese vuelto a la arena.
Bastante había sufrido ya como para dejar pasar ésa oportunidad que se me presentaba....
Cobardía?? No lo sé, yo prefiero llamarlo ganas de seguir viviendo con mi gente.
El honor es pasajero y tu gente siempre te limpiará las manchas de tu nombre.
A veces un silencio a tiempo, te devuelve a la vida.

¡Toma reflexión!

Un beso encontrado en la arena y sin manchas, por supuesto.
Miren

Monchito dijo...

Parece mentira que seais hermanas... Y sobre todo, parece mentira que seas de Bilbao, Miren, y te acojones a la primera... jejeje
Por cierto, tengo por ahí un par de escritos o siete que no me habeis comentado, entre ellos alguno muy romanticón y muy bonito... Me teneis más enfurruñao...
Un besote a las dos y gracias por seguir aguantando mis historietas.

Pd- Silvia, me preguntas si hay algo autobiográfico en mis historias, la respuesta es fácil: Casi seguro que si... Diría yo... ¿No lleva algo de tí todo lo que escribes?

NERIM dijo...

Soy cobarde, sí! o tal vez es sólo supervivencia.
Además, nunca me he considerado de Bilbao, ya lo sabes.
Yo también estoy enfurruñada contigo, también me debes algunos comentarios.
Así que hala! a ponernos los dos en marcha ésta noche para solucionarlo.
Si todo lleva algo autobiográfico, también me das miedito...pero como te quiero tanto, se me pasa!!
Mil besos de serrín cobarde
Miren