domingo, 4 de octubre de 2009

Miradas telefónicas


Trabajé de noche durante muchos años, es duro adaptarse a vivir contra corriente, al revés que todo el mundo, pero por otro lado, la tranquilidad de la noche te da algo que no te puede dar el día, una paz y una visión del mundo que es completamente diferente a los que viven durante el día. No hay ruido por la noche, no se ve la polución de la ciudad, la gente no corre hacia su trabajo, nadie tiene prisa de noche. Por otro lado, la gente que vive la noche suele ser gente extraña, hay que ser muy especial para poder vivir de noche, o bien te dejas atrapar por ella y sus tentaciones, o bien la dominas acostumbrándote a ella y viviéndola en toda su intensidad. En mi caso, la noche no llegó a dominarme del todo, más bien fui yo el que llegó a dominar la noche, adaptándome perfectamente a su cruel y constante maltrato a mi cuerpo (cambio de hora de dormir, de comidas, trastornos del sueño...), me sentía como un pez en el agua trabajando de noche, además, allí la conocí a ella, y esa es la historia que os quiero contar hoy.
Yo trabajaba en una recepción de hotel, por lo que tenía que atender durante la noche las entradas, salidas y antojos de los clientes que allí se alojaban. En cuanto a ella, era una simple voz, una voz sensual y divertida que algunos días coincidía conmigo, era la encargada del turno de noche del servicio de radio taxi, por lo que, de vez en cuando, teníamos que cruzar unas pocas palabras, las justas para solicitar que uno de sus coches se acercara a mi hotel para recoger a alguno de mis clientes.
Daniela, así se llamaba aquel ángel de voz dulce y sonrisa fácil y dulzona con la que intercambiaba algunas palabras algunas noches de trabajo. Nunca hablamos de nada personal, al menos durante los dos primeros años de trabajo, después de un tiempo fuimos tomando más y más confianza, hasta llegar incluso a hacer pequeñas bromas entre el momento de pedir el taxi y confirmar el número del coche asignado. Poco a poco, aquella confianza fue creciendo y su voz me iba obsesionando cada vez más, sin ninguna razón aparente. Yo era un tipo normal, dentro de lo normal que se puede ser viviendo de noche y durmiendo de dia, lo que quiero decir es que tenía mis amistades, mis pretendientes, incluso alguna amiga más que especial con la que compartía algo mas que palabras y copas en mis noches libres. Pero Daniela era especial, no se por qué razón aquella voz me parecía tan sensual, tan sincera, tan especial...
Aquella noche, una noche tan tranquila que me dejó horas y horas para pensar, empecé a pensar en ella, en su voz, deseando que alguien bajara de su habitación para pedir un taxi y me hiciera el favor pedírmelo para poder oir su voz, aunque solo fuera unos segundos, pero pasaba la noche y nadie pasaba por mi recepción. Así que al final cedí, marqué su número y simplemente le pregunté si tenía mucho trabajo, ella contestó que no, su voz denotaba cierto entusiasmo, enseguida me di cuenta que estaba tan aburrida como yo aquella noche, por lo que mi llamada le alegró especialmente, parecía que deseaba tanto como yo hablar con alguien (especialmente conmigo, diría yo). Aquel fué el desencadentante de todo, una simple llamada, una simple e inocente llamada destinada a matar una noche de aburrimiento se acabó convirtiendo en una charla entre amigos que duró varios minutos, desafortunadamente ella tenía más trabajo que yo, por lo que tuvimos que cortar al poco tiempo, eso si, el poco tiempo que pudimos hablar nos dio mucho de sí, tanto que aprendí mucho de ella. Daniela era algo mayor que yo, apenas un par de años, pero su alegría, su voz y su manera de hablar sonaban como si fuera mucho más joven. Tuvimos que despedirnos pronto, demasiado pronto, pero prometimos repetir aquella experiencia cada noche que no tuviéramos mucho trabajo. Aquello desembocó en noches y noches de pequeñas charlas en las que nos fuimos conociendo poquito a poco y yo fui cayendo en más y más en su red, enamorándome de ella completamente. Nunca la había visto, nunca cambiamos fotos ni hablamos de nuestro aspecto, solo de trabajo, aficiones y alguna que otra charla íntima sobre nuestra vida personal (antiguas relacciones fallidas, ilusiones, etc...).
Al fin me decidí, una noche, tras una de nuestras charlas insistí en conocerla personalmente, algo a lo que ella se negó, en principio, pero no me fue muy dificil convencerla para quedar un dia aunque solo fuera a tomar un café.
Aquella tarde fué la más dura de mi vida, nunca había estado tan nervioso, tan indeciso, tan tembloroso... Como si fuera a encontrarme con la mujer de mi vida, con la mujer que siempre había deseado. El caso es que sabía tan poco de ella... Ni siquiera sabía como era fisicamente, solo sabía que era un par de años mayor que yo, que tenía la risa fácil y preciosa y que podía hablar con ella con una gran facilidad de cualquier cosa, es más, teníamos bastantes cosas en común.
Llegué al bar donde habíamos quedado, me presenté allí nervioso, muy nervioso, con mi camisa negra, como le había dicho que iría, sudando por culpa de los nervios y con el estómago encongido pensando qué me iba a encontrar en aquel bar. Ella me dijo que iría vestida con baqueros y camisa blanca, eché un vistazo por el bar pero no la ví, al menos nadie con aquella descripción, aparte de una mujer rolliza acompañada de un niño de unos 4 años sentada en la terraza del bar. Me senté en la barra, pedí una cerveza y me senté e uno de esos taburetes altos justo a la puerta del bar, desde donde podía dominar todo el bar y la terraza. Esperé unos minutos, pero nadie apareció a mi encuentro, me notaba nervioso, mejillas coloradas, un calor horroroso me recorría mi cuerpo y mi cara, miraba de una lado a otro intentando buscar a aquella chica de sonrisa perfecta con la que hablaba cada noche, pero no veía a esa chica de camisa blanca y baqueros.
Mi ilusión se iba apagando, pensé que era una triste broma que me había gastado alguien que no me había tomado en serio, pero de repente me di cuenta de algo, aquella mujer rolliza, que aparentaba unos 40 años (yo tenía 32 por aquel entonces) y que intentaba controlar a su pequeño hijo miraba hacia mi de vez en cuando, timidamente, con cierto aire de vergüenza. Me acerqué hacia ella y le dije que estaba esperando a alguien, preguntándole si podía sentarme allí con ella, fue entonces cuando me dijo que ella también esperaba a alguien, así que teníamos algo en común entre risas.
Mi primera impresión fue bastante extraña, la verdad era que Daniela parecía mayor de lo que esperaba, tampoco habíamos hablado nunca de su aspecto físico, que, desde luego, no era el de una top model, ni tampoco sabía nada de su maternidad. Todo este cúmulo de pequeñas sorpresas (incluso podría decir pequeñas decepciones) me hicieron un flaco favor a la hora de controlar mis nervios, la verdad es que estaba loco por salir de allí, por encontrar una excusa que me sacara de aquella incómoda situación en la que estaba. Pensaba encontrarme con la mujer de mi vida, pero lo que me encontré fue una completa desconocida de la que no sabía nada de nada, tenía incluso ganas de llorar y salir corriendo de allí ya que no era, ni por asomo, lo que esperaba encontrar.
Pero entonces sucedió algo, algo tan inesperado como todo lo que había sucedido hasta ese momento. En plena desilusión, en plena abalancha de ideas que me sugerían que una huída a tiempo podría ser una victoria (aún quedando como un cobarde...), Daniela empezó a reir, su risa se contagió a su pequeño y allí estaba yo, colorado, con cara de tonto y el cuerpo tenso, preparado para salir corriendo, cuando ella me preguntó:
¿Decepcionado? Que le voy a hacer, me hago vieja, como todo el mundo...
Y siguió riendo con esa risa que tantas noches me había conquistado y me tantas noches me había alegrado.
Fué entonces cuando sucedió, volví a mirarla y no vi a la mujer rolliza y envejecida que había visto desde la puerta del bar, si no a una mujer un poco mayor que yo, con la sonrisa más pegadiza y adictiva que había visto nunca. Decidí tranquilizarme, sentarme y darle (y darme) una oportunidad.
Así empezó nuestra historia, me enamoré de una voz y, tras años de perseguirla y soñar con ella, me decidí a buscarla. Sí, vale que no era exactamente como la había imaginado, quizás no fuera, fisicamente, la mujer 10 que había idealizado en mi mente, y para más inri, era separada y tenía un pequeño demonio (tan indominable como adorable) que no esperaba encontrar... Pero era ella.... Y era tal cual la conocí, con su voz adorable, con su risa fácil y pegajosa y con un corazón tan grande que era imposible no querela.
Aún no se muy bien como pasó, no acabo de comprender como acabé viviendo con alguien en quien no me habría fijado nunca aunque la hubiera tenido delante de mis narices durante años, pero así fue, su voz me conquistó, me convenció y me sigue alegrando cada noche cuando tengo que enviar un taxi. La única diferencia es que ahora, también me alegra los días cuando llego a casa.
El aspecto es importante, sí, suele ser en lo primero que nos fijamos, pero, en el fondo, hay tantas cosas detrás de un cuerpo, de una sonrisa, de una mirada... Qué bonito es saber mirar con la suficiente calma para ver más allá de la primera impresión.
A todos/as los que teneis ese don (o la paciencia suficiente para dar una oportunidad a la gente), un sincero abrazo y mi más sincera felicitación.

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